Lo juro: Jamás creí que Mario Villamizar Suárez fuera escritor. Y lo digo en serio. Porque hay gente que jura con mamadera de gallo, entre risas, y así nadie les cree.
A decir verdad, Mario tampoco se daba ínfulas de escritor. El hombre era arrebatado, no podía estarse quieto un momento, y los escritores necesitan quietud, concentración, reposo, para escribir lo que quieren escribir, para recibir inspiración.
Mario era hiperactivo. Se sentaba, se levantaba, caminaba, daba tres pasos, volvía a sentarse y volvía a levantarse. Mi nona, cuando veía a alguien así, decía que tenía hormigas en el trasero. Una vez le murmuré en voz baja en una reunión de la Academia de Historia, de la que él era miembro de número: “¿Usted no puede estarse quieto un momento?”. “Es que me mortifica tanta pasividad –me contestó-, tanta palabrería y al final no se hace nada”. Ese era Mario Villamizar Suárez. Bueno para hacer. Malo para los discursos.
En cierta oportunidad nos quejábamos en la Academia, de que el espacio nos estaba quedando pequeño para tantas cosas: biblioteca, sala de eventos, reuniones de junta, sala de archivos, oficina… Al lado existía un local desocupado, allí donde alguna vez funcionó la oficina de Correos y telégrafos. Ni corto ni perezoso, Mario, el académico, el economista, el que fue gerente de un banco, el que llegó hasta la dirección nacional del Sena, el visionario de la ciudad, nos dio la solución:
-Pues tomémonos esa vaina, ese local. Abrimos una puerta por aquí –señaló el lugar y trazó la puerta con un marcador- y nos tomamos por la derecha ese pedazo de edificio que no está prestando ninguna utilidad. Cuando el gobierno se dé cuenta, ya nosotros nos hemos apoderado del inmueble, le hemos hecho mejoras, y ya no podrán sacarnos.
Lo dijo con tanta convicción, con tanta seguridad, que todos nos quedamos perplejos ante la salida del académico ejemplar. “Cobardes –me dijo después-. En la vida hay que agarrar el toro por los cuernos y enfrentar lo que sea”.
-Nos pueden meter a la cárcel, Mario.
-No se atreverán, somos los guardianes de la historia.
Y por creerse el guardián de la historia y porque estaba decidido a sacar adelante la Academia de Historia de Norte de Santander, fue por lo que quería ser su presidente. Y sus intervenciones eran una andanada de críticas por lo que no hacíamos, dentro y fuera de ese vetusto edificio.
Y viendo que el tiempo pasaba y no se escuchaban sus planteamientos, se dedicó a escribir, pero el tiempo y algunos achaques no le permitieron sacar a la luz todo lo que escribía. Llegó a la vicepresidencia de la Academia y la pandemia también llegó, y el asunto se complicó.
Hoy, gracias a la labor de su esposa Mariela Sandoval, y de sus hijos Julio Mario, Ximena y Marcela Villamizar Sandoval, y al empeño que ellos le han puesto para que no se borre el recuerdo de su esposo y padre, contamos con dos valioso libros: Bolívar admirable, y Del bastón de doña Águeda al florero de Llorente, que recogen algunos de sus escritos, donde se muestra que yo estaba equivocado: Mario Villamizar Suárez, además de economista, ejecutivo, ingeniero militar, docente universitario, hombre de visión futurista y de grandes proyectos para la región, era un gran historiador, escritor e investigador.
Mario se fue temprano, pero nos quedaron su ejemplo, su constancia, sus admirables “locuras”, su querer hacer cosas, su amor por la ciudad y su imagen de bravucón por fuera, pero bueno por dentro. Ahora tenemos sus libros. ¡Para leerlo y no olvidarlo!
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