Viejo adagio popular, muy sabio, dice algo que se puede aplicar a la actualidad colombiana: Dios los cría y ellos se juntan. Nada más verdadero en la encrucijada que atravesamos. Tres personajes, que nadie pensaba que podían ser amigos, se han unido con el mismo propósito sabotear el programa bandera del presidente Juan Manuel Santos, conseguir la paz para poner fin a un conflicto, guerra, pelotera o como quiera llamársele, que ha escrito las peores páginas de nuestra historia, llena de acontecimientos de todo tipo desde el lejano día en que llegaron a nuestras costas los conquistadores españoles, que en su primer viaje solo trajeron armas y enfermedades. No los acompañaban mujeres ni animalitos domésticos. Esos llegaron después.
La historia, que los colombianos ignoramos con desprecio olímpico, nos muestra que los odios han sido el motor que desde ese desembarco impulsó muchos de los acontecimientos presentados en los libros con disfraces que tienen como objetivo sumirnos en la ignorancia. Así, no sabemos cuántas veces, ni cuando, se han registrado pugnas entre nuestros ilustres antepasados, con el obvio resultado desastroso de la pérdida de territorio o la guerra entre gentes hermanas que en lugar de odiarse deberían unirse para llevarnos al lado del desarrollo, del progreso.
Algún ser diabólico nos condenó a ser una nación donde no se trabaja en busca de un mejor futuro sino donde solo se piensa en perjudicar a los demás, en ponerle palos en la rueda al vecino para que no progrese, para que le caiga la roya y se le dañen los cultivos. El odio ha sido el gran motor que ha movido muchas de nuestras páginas. Pruebas hay de sobra. Para citar solo un ejemplo es suficiente acordarnos de lo ocurrido apenas se presentó el rompimiento con la madre patria. En lugar de unirnos para crear un nuevo país nos dividimos en dos bandos irreconciliables: centralistas y federalistas, que dirimieron sus diferencias no en una reunión a alto nivel, como se ha hecho ahora, sino en sangrienta guerra, que concluyó con la muerte de importantes dirigentes que hubieran podido edificar un gran país y cayeron ante el pelotón de fusilamiento. Fue justo castigo a la estupidez.
Quien olvida la historia está condenado a repetirla. Y nosotros no somos la excepción. Por eso estamos construyendo el segundo capítulo de la Patria Boba. Están enfrentados dos bandos que se odian sin pensar en los peligros. Lo más importante es odiar. Es el motor que mueve a tres personajes que se han unido para regar veneno: un expresidente que quiere volver al poder sin preocuparse por sus compatriotas que pueden verse abocados a una guerra civil; otro expresidente, cuyo paso por la primera magistratura es una de las páginas más ineptas de la historia, y un alto funcionario que sueña con ponerse la banda presidencial para lo cual ha quemado libros, ha sancionado rivales y no se para en detalles. Los tres son conservadores en busca de un imposible: derrotar a quienes queremos que la guerra se acabe y votaremos SÍ en el plebiscito.
P.D. Sigo esperando la construcción del metro. El alcalde Peñalosa no lo va a hacer. Es amigo de los buses.