El día que hablé de un general del Ejército, hijo de un gran amigo, y me referí a él como ‘’este muchacho’’ me di cuenta, con profunda tristeza, que me había vuelto viejo. Nunca antes había pensado que un alto oficial era un mozalbete y que ya un ministro e inclusive el presidente de la República me parecían atrevidos personajes. Fue entonces cuando me vino a la mente el horrible pensamiento: no soy ya un quinceañero, ni un adolescente, sino un viejo de esos que llaman tercera edad. Una tragedia. Pero lo peor estaba por venir.
Descubrí con temor que la vejez es muy grave: ya no considero a ningún político como mi jefe. Pasaron las épocas en que oía al expresidente Alfonso López Michelsen y todas sus frases me parecían geniales. Era el compañero jefe. Título que se ganó al apartarse de los dictados de su padre para fundar una disidencia con el sonoro nombre de ‘’revolucionario’’, que hoy nadie se atreve a utilizar. Es peligroso.
Ser revoltoso en los días que vivimos no es bueno para la salud. La derecha se ha abierto paso en muchas partes, inclusive en Estados Unidos y se habla con temor de la posibilidad de que se imponga en varias naciones más: Francia, Holanda, Países bajos, Chile y tiene temblando a Alemania, Ecuador, Irán, México, Colombia. La ola populista es como la roya: se extiende con velocidad por factores como el desempleo y el descredito de la clase política.
En mis tiempos mozos se sabía que existía una fila india en los partidos tradicionales y que después de López el turno era para Turbay Ayala y luego para Galán y Samper. Pero la mano asesina del narcotráfico cambió la baraja y aparecieron Belisario, Gaviria y Santos, que no estaban en la fila.
El revolcón fue terrible: El país se ‘’descuadernó’’ como dijo sabiamente el expresidente Carlos Lleras Restrepo y desaparecieron las jefaturas hasta el extremo de que un parlamentario antioqueño se impuso en las elecciones presidenciales y fundó nuevo partido, que en su debut eligió gigantesco grupo político, de tamaño similar al del ex general Rojas Pinilla, que puso a temblar al establecimiento en 1970. No había pasado mucho tiempo desde que fue prohibida la reelección y llegó a la presidencia, por una de esas jugarretas de la suerte que siempre acompaña a los buenos pokeristas, el exministro Juan Manuel Santos, quien siempre había soñado con dormir en el palacio de Nariño.
Álvaro Uribe no ha dejado dormir en paz a su sucesor, quien, otra vez favorecido por la fortuna recibió el premio Nobel de paz, que habían buscado varios de sus antecesores.
Ahora, si Dios quiere, seré testigo de varios aniversarios: el nacimiento del presidente Kennedy, de Pedro Infante, de la revolución rusa y de la aparición de la Virgen de Fátima, los 50 años del asesinato del Ché Guevara y de la aparición de Cien años de Soledad y cuatro aniversarios horribles: la muerte de Lady Di, de Elvis Presley, de Jaime Pardo Leal y de López Michelsen, a quienes recordamos con cariño de viejo melancólico. Será un año triste para quien hace diez años perdió a su compañera de toda la vida. Dios la tenga en su gloria. GPT