Los alcaldes de las principales ciudades del país se inventaron el denominado pico y placa para tratar de aliviar la congestión del tráfico automotor, y con ello contener la desesperación ciudadana por la disminución acelerada de la calidad de vida en las calles.
Y lo que vemos ahora, es que los nuevos alcaldes se quiebran los sesos para inventarse nuevas modalidades que implican mayores rigores en la aplicación de las medidas. En Bogotá ya se habla de fase II y el secretario de movilidad ha anunciado que habrá fase III.
Y dentro de los mayores rigores se anuncia que se contabilizarán los kilómetros recorridos, el tipo de vehículo, la cantidad de emisiones, y seguramente también vendrán las ampliaciones de los horarios y días de restricción. También la no excepción de los vehículos blindados, sin tener en cuenta que la inseguridad se incrementa y que su uso se hace mayor, porque así lo exigen las circunstancias. Lo que no se puede permitir, desde luego, es que los colados en esta medida sean la mayoría.
Los alcaldes no han querido entender que la congestión se da por el crecimiento, un fenómeno inatajable, al cual hay que responder con medidas audaces y efectivas. No podemos pensar en que la cantidad de vehículos que circulan por las calles se multipliquen y no se haga nada por incrementar las alternativas viales, tal como lo están haciendo las principales capitales del mundo.
Aquí se gastan la plata en obras que no se requieren o en satisfacer apetitos burocráticos y politiqueros, y no se abordan los temas por el lado que indican la racionalidad de un buen gobierno.
Para más carros, más vías; esa es la elemental deducción, y eso es lo que vemos en las ciudades eficientes: además de nuevas alternativas con la construcción de vías adicionales, encontramos grandes intercambiadores, deprimidos que conectan troncales y servicios de transporte masivo eficientes, en donde con la presencia de los mismos no se requiere el vehículo particular.
Y a estas cosas podemos agregar también la presencia de sistemas de semaforización inteligente, que garantiza la fluidez del tráfico por las llamadas “olas verdes”, y por supuesto, la educación ciudadana, que no aparece sola, sino que hay que impartirla, para que los ciudadanos estén en capacidad de asimilar conceptos y parámetros de comportamiento, que les permita actuar con cordura y mesura frente a los asuntos que los involucran en la calle.
Definitivamente el facilismo es lo que nos caracteriza, y lamentablemente eso se convirtió en una enfermedad nacional que nos distingue, y que no es otra cosa que una señal de vergüenza.