Las ilusiones aparecen del sombrero mágico del tiempo, cuando quieren enseñarnos a repasar la vida desde la sencillez del corazón, a escuchar su voz callada y lograr una alianza con el círculo noble de los sentimientos.
Y, siempre, con querencia majestuosa, construyen una fortaleza afectiva para guardar en ella las cosas bonitas, las personas y los centros de luz que generan la serena luminosidad que sólo el alma irradia.
Si uno deja crecer en sí mismo el espíritu de la vida, con honestidad e integridad íntimas y comparte con él más suspiros que palabras, se anticipa a aquellos secretos de la naturaleza que dan sombra protectora a la existencia y justifican el milagro de Ser.
Y, ¿cómo hacerlo?: Primero, debe preparar la memoria, ordenarla con la intención de mirar las huellas de los recuerdos, empezar a descolgarlos del perchero, o a sacarlos de los escaparates, para aferrarse a las cenizas emocionales que se han arraigado en el afecto.
Luego, iniciar el proceso de equilibrar el recinto interior y convencerse de que su deber supremo es ser pudoroso consigo mismo, con los principios que tiene, e identificar hábitos correctores que conjuren la siembra mala que pueda haber afectado la estabilidad.
Se requieren valor y madurez para ceder en soberbia y saber que, en la humildad y el silencio, en cualquier mirada, o en una palabra cariñosa, está la lección bondadosa del destino.