El cambiazo de ministros de Defensa y de embajadores en Washington no tiene más sentido que el que Juanpa es capaz de darle a las cosas que hace. Un sentido mediocre, sin horizontes, sin objetivos.
Lo que nos corresponde es analizar las consecuencias del acto para la vida de la Nación y para la suerte de lo que se llama tan pomposamente el proceso de paz.
Juan Carlos Pinzón no tiene ninguna experiencia diplomática ni ha sido la suya una carrera ligada a ese menester, tan delicado y decisivo.
Sorprenderá a sus colegas en Washington la llegada de este mozalbete a empezar una carrera por donde suele terminarse. La embajada ante el Gobierno de los Estados Unidos es el punto final, la culminación de un largo proceso vital.
Así que se preguntarán los otro embajadores, qué clase de pirueta o de experimento conduce en este caso las cosas al revés de cómo suelen ser. Nosotros nos proponemos idéntica cuestión.
La mecánica de una embajada puede aprenderse con un poco de dedicación y con cierto talento natural. Lo que no es la mecánica, lo sustantivo, no se aprende en los textos.
El tino, la capacidad de observación, la oportunidad para decir lo que se debe decir y callar lo que no puede decirse, la selección de las personas, materias y asuntos que han de acometerse, no los regala la intuición ni los garantiza la audacia.
Un embajador, aunque Juanpa no lo sepa, como lo demuestra con tantos de sus nombramientos, se hace y se madura con el tiempo. Solo con el tiempo. El de Pinzón es un mal nombramiento que recae sobre excelente persona.
Luis Carlos Villegas es un hombre muy inteligente, no lo decimos para su regalo, que no necesita alguno, hábil para la intriga, pronto para conocer personas y hacerse cargo de situaciones.
Con frecuencia malhumorado, muy convencido de su propia capacidad, no es un ejecutivo, no es un hombre que cuide detalles y que transforme realidades. Pero debemos examinar su cargo, nada menos que el de defender la nación en una de las circunstancias históricas en que está más comprometida.
Villegas no conoce las Fuerzas Militares, ni la Policía, ni le interesa mayormente el tema.
No sabemos si distinga con suficiencia entre un cabo y un teniente o entre el teniente y un coronel. Pero puede aprenderlo.
Lo que no logrará tan fácilmente es penetrar el alma del soldado, saber por qué hay hombres que son capaces de sacrificar la vida por un ideal, por qué se obedece al que manda, aunque mande mal y por qué hay una estructura jerárquica que obliga a hablar con uno solo, a entender a uno solo a manejarse con uno solo. Se dirá que muchos llegaron a ese ministerio sin saber palabra de lo que decimos. Y agregamos que se fueron sin aprenderla y que por eso padecieron lo que padecieron y desempeñaron su cargo con tan poco éxito.
Viene Villegas de servir como negociador en La Habana. ¿Cómo obrará entonces? Como el que contemporiza, negocia, acuerda? ¿O como el que enfrenta, choca, propina golpes y se prepara para recibirlos? ¿De qué lo trae Santos: de palabrero o de responsable político del gran muro de contención para atajar a las Farc?
De todas estas preguntas no hay una sola respuesta disponible. Porque ni Juanpa sabe lo que quiere, ni atina a imaginar la visión que Luis Carlos Villegas tenga de su cometido. Bonito problema cuando no estamos para más problemas.