Google ha hecho una medición a nivel internacional, para identificar cuáles son los países más groseros del mundo, es decir, aquellos en los cuales las personas apelan a términos inapropiados en sus conversaciones, que las hacen carentes de educación, delicadeza y buen gusto.
No sé si los colombianos nos sorprendamos, pero sí es posible encontrarnos con la realidad del resultado y lo cierto es que nuestro país aparece en el tercer lugar de esa medición, lo que nos hace pensar que constituye motivo de vergüenza y que tenemos que hacer algo para mejorar nuestra condición idiomática, a la hora de expresarnos.
Desde hace unos años, hemos encontrado en los términos groseros una forma de hacernos notar, de aparecer como algo diferentes, tal vez más relajados, más acentuados, más visibles, o acaso exhibir una mayor condición para imponer ciertos comportamientos, hasta que se ha llegado a una generalización que nos hace ser lamentablemente destacados por una condición absolutamente negativa.
La grosería en el lenguaje denota expresividad censurable, incultura, agresividad, ordinariez y mal gusto. Existen en Colombia unas regiones más propensas que otras, me referiré a las que son más cuidadosas en el lenguaje como los nariñenses, los bogotanos, que lamentablemente han decaído un poco; los cundinamarqueses y los boyacenses; también podemos agregar a los de la región pacífica; pero al resto del país le falta cordura a la hora de hacerse expresar.
Encontramos fallas protuberantes en los esquemas de enseñanza escolar o familiar, pues se ha establecido una condescendencia con el mal uso del lenguaje, y ni los maestros ni los padres de familia están dispuestos a exijir normas a la hora de escuchar a los jóvenes. Se defiende una falsa originalidad y espontaneidad, y de paso se patentizan costumbres impropias que hacen retroceder totalmente el avance cultural.
Encontramos también que los bajos índices de lectura que registra nuestro país hacen que la gente no esté en capacidad de ampliar su vocabulario y que a la hora de expresarse tenga grandes limitaciones debido al precario lenguaje que maneja, lo que obliga a acudir a una forma de expresión en extremo elemental, y a apelar a las groserías, con rotundez, para esconder la ignorancia e impedir ser corregidos.
Que agradable observar a una persona bien hablada, que sabe expresar buenas maneras, buen comportamiento, amabilidad, caballerosidad, respeto, simpatía y señorío. Esto definitivamente ratifica la civilización, contribuye a la convivencia y la paz, evita conflictos, promueve el buen comportamiento y hace que la sociedad brille y que el ser humano se enaltezca.
Este registro debe poner en alerta a padres de familia y maestros; ellos son los responsables de este lamentable cuadro, lo que obliga a sentar parámetros de comportamiento y de formación, más allá de la permisividad dañina que nos invade.
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