Yo sí percibía algo misterioso, se producían sonidos extraños y la brisa recorría los espacios de la casa con aroma de muñecas, de magos y de antiguos sueños conversando entre sí: pues claro, los duendes se están desperezando, los peluches y las cosas viejas toman fuerza para abandonar los rincones, asirse al viento, sembrarse de nuevo en las matas y arrullar el recuerdo de las costumbres bonitas de una familia con esencia de nostalgia buena.
Luego me contaron los pájaros carpinteros de La Rinconada que la niña viene, igual de bonita, con mariposas en el bolsillo de su bata médica, para tomar la tensión de los colores, de las alas y de las flores.
Y lo dicen las ardillas en ascenso por los árboles añejos, que trepan aun por las colinas de la reciente niñez, con su armonía angelical cobijando el pasado feliz, aunque ya no estemos allí, sino en un barrio cercano con nombre universal.
(Ahora retorna a revisar que la ternura de los años pretéritos esté vigente, con la misma la alegría, como cuando corría detrás de la mañana hacia el refugio de bendiciones que le aguardaban. En sus bucles, que estaban hechos de fantasía, colgaba los lugares y las personas, los valores que caían como semillas para plantarse en su huella).
La esperan también las sombras de afuera, de Maternal Ternuras, del Carmelitas, del estadio y los parques, de los amigos y los vecinos que se tejieron alrededor de los años infantiles, incluida la perrita Katty, con su madrina Olga, reencarnada ahora en el perrito Milo. Y todo va a estar en su lugar.