En cada cambio de gobierno nacional surge el tema recurrente de las tarifas de los servicios públicos, pero en el gobierno del cambio el asunto es mucho más grave; para la muestra la nueva ministra filosofa-activista.
Un poco de historia es necesaria para ver el riesgo. Los servicios públicos, iniciaron siendo de propiedad privada que funcionaban relativamente bien. Eso fue así hasta los años 60 en Colombia cuando nos llegó la ola Keynesiana de posguerra, en la que el estado ganó presencia ante la destrucción masiva producida por la guerra. Los estados en guerra debían recuperar la economía y los servicios públicos están directamente asociados al desarrollo económico y a la competitividad país. Aunque nosotros no sufrimos la segunda guerra mundial, importamos el modelito y los servicios públicos se volvieron de propiedad pública. En solo 30 años, la mala gestión, la corrupción, la burocracia, el nepotismo y demás males “políticos” habían destrozado los servicios públicos en cobertura, calidad y coherencia tarifaria. Con diferentes impactos esto pasó en todo el mundo, por lo que ante el impulso de competitividad de la globalización de los años 90 se buscó que los privados participarán como propietarios de servicios públicos bajo la regulación y vigilancia del estado por su condición de monopolios naturales.
En 1994 (leyes 142 y 143) Colombia acogió el nuevo modelo. En razón de esa decisión el gas natural pasó de un servicio local de nicho a una masificación nacional con inversión privada en solo dos décadas, el sector eléctrico adquirió viabilidad financiera y el sector de telefonía se desreguló ante la llegada de las nuevas tecnologías de información. Los servicios de acueducto y alcantarillado, por su condición local, han sido los de menor avance. El regulador debía desarrollar formulas algebraicas objetivas para calcular las tarifas que premiaran eficiencia y castigaran la mala calidad del servicio. Esas fórmulas muy grosso modo son un cociente entre la suma de los activos y los gastos de administración, operación y mantenimiento divididos sobre los volúmenes a vender, descontadas con una tasa de rentabilidad máxima. A esas fórmulas se les permitió considerar un porcentaje de perdidas técnicas, las que se dan por ejemplo al transportar y distribuir energía eléctrica. Las pérdidas no técnicas, producto del robo y no pago de energía, debe asumirlas el agente. Otra razón de la subida de tarifas son las condiciones macroeconómicas. Muchos activos se importan en dólares y con una tasa de devaluación gigantesca, el impacto en las tarifas es directo.
El caso de la costa caribe es el más complejo pues la tolerancia al no pago y al robo de energía que se permitía por los políticos cuando eran públicos, mientras “contaran con su voto”, se hizo cultural, disparando las pérdidas no técnicas, obligando a considerarlas en la tarifa para viabilizar cualquier ente empresarial prestador, que sin eso está condenado a la quiebra. Hoy reencauzar es un grave problema social.
Solucionar el tema tarifario implica tener un adecuado modelo de desarrollo económico donde la gente cuente con ingresos y se gane productividad en la misma oferta de servicios públicos. Mecanismos de equidad hay en las tarifas, pues los estratos socioeconómicos más bajos son subsidiados por un sobrecosto a las tarifas en los estratos altos y recursos del presupuesto nacional con sobrecargos tarifarios. Pero como ningún subsidio puede ser eterno y creciente, “decrecer” el desarrollo económico hace que el hueco crezca permanente e insosteniblemente.
El peligro es que el gobierno del cambio aproveche para volver a hacer públicos los servicios domiciliarios para lo cual contaría con el apoyo de toda la clase política, ansiosa de más “recursos estatales”. Parece que el gobierno decidió hacer sus grandes “cambios” por la puerta de atrás: expropiar invadiendo sin respuesta policial, aprovechar los diálogos regionales para “impulsar” la Constituyente e intervenir en los precios de los servicios públicos para volverlos a hacer solo de propiedad pública. La culebra adormece antes de matar. Ojo avizor.
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