Vamos mal. La cosa se nos está poniendo color de hormiga. Petro y el clima se parecen, por desordenados, por incumplidos, por alebrestados, por hacer lo que les viene en gana. Se anuncia una cosa y salen con otra. Y la Virgen del Agarradero, nada que nos agarra primero.
De Petro no quiero hablar para que no me quiten el habla los amigos petristas. Pero del clima sí. Y voy a desquitarme a punta de lengua. O de pluma.Resulta que la semana pasada estaba haciendo un solazo el macho, y me fui a la calle despreocupado, bendiciendo al cielo por el día tan despejado, el cielo tan azul y el sol tan calentano.
De pronto, a mitad de la mañana, se ensombreció el ambiente y en un momento se soltó un palo de agua, que a los que andamos a pata nos mojó de pies a cabeza. “Quedé como un pollito”, decía una amiga el otro día. No sé ahora cómo dirá.
No todos tenemos la precaución de sacar el paraguas aunque no amenace lluvia, como sí lo hacen algunos. Tomás Wilches, por ejemplo. DonTomás, como lo llaman sus alumnos, o Tomasito como lo llamamos sus amigos,sale con su negro paraguas, esté lloviendo o haciendo sol.
A Tomasito, el hombre creador de universidades, se lo topa uno en todas partes: en la iglesia, en las notarías, en la calle, en los parques, siempre con su porte, suseñorío y su paraguas. Es un paraguas multiusos: para el invierno, para el verano, como punto de apoyo en las caminatas y como medio de defensa -digo yo- en estos tiempos en que la inseguridad nos lleva de cola p´al estanco.
Y hace bien. Hombre prevenido vale por dos, dice el refrán. No sé las mujeres cuánto valdrán. Y es que ya no se le puede creer ni al almanaque Brístol, ni a las cabañuelas, ni al Ideam. “Mañana lluviosa” anuncian. Y uno sale con botas pantaneras (Cúcuta fue hecha en verano y se inunda con cualquier aguacero), chaqueta impermeable, gorra y bufanda. A mitad de la mañana uno está empapado de sudor y nada que llueve. O al contrario. Sale uno a congraciarse con el astro rey, y es la lluvia la que nos hace correr entre charco y charco.
Alguna vez escribí un poema, Olor a tierra mojada, que me ganó aplausos de mis amigos y pullas de mis malquerientes (que los hay, los hay).En él, recuerdo a mi mamá cuando saplanchada, y entonces se acabará el oficio de planchar ropa, como se acabó el de lavar en el río o en el chorro. Las máquinas quitándoles el trabajo a los humanos.
Mi mamá, pues, con sólo sacar la nariz por la ventana, podía dar fe de los aguaceros que vendrían. Pero hoy sólo huele a podredumbre, a cambios equivocados, a tempestades violentas. Dios nos coja confesados.
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