Ayer se celebró el Día internacional del perro, lo que da ocasión para hablar sobre tan maravilloso animal, fiel como ninguno, ladrador por convicción, asombrosamente inteligente, juguetón por las buenas, mordelón a veces, guapetón con los que le tienen miedo, detective sin sueldo, artista exitoso, compañero de pobres, enamorado de la luna, enemigo declarado de los gatos y faldero de solteronas.
De los perros se ha dicho todo, o casi todo. La literatura está llena de páginas en los que se resalta la valentía de los perros que salvan vidas, de los perros que mueren con sus amos, de los perros callejeros que vagan en busca de un hueso, de los perros que hacen el trabajo de los hombres, en fin, de los perros como un ser excepcional e infaltable en la vida de los humanos.
Hay perros para todo: para cuidar la casa, para guiar a los ciegos, para orientar a los extraviados en la nieve, para encontrar cocaína en las maletas, para acompañar solitarios, para ayudarle a la policía a atrapar delincuentes y para hacer mandados (traer el pan en una canastilla, recoger el periódico todos los días) y traer la pelota cuando los niños juegan.
Los que somos del campo sabemos que en ninguna vivienda campesina puede faltar un perro, un gato y un loro. El loro hacer reír cuando habla y el gato ahuyenta los ratones, pero es el perro el que cuida la casa. ¿A cambio de qué? De un plato de sopa, un puñado de sobras de comida y un hueso algo carnudo que le tira la señora.
Salomón el sabio, los arrieros y los amigos de los refranes, dedicaron parte de sus vidas a inventar dichos y proverbios, de los cuales buena parte están dedicados a los perros. No todos esos refranes son ciertos, pero vale la pena recordar algunos:
Si tu mujer, tu amante, tu novia o tu amiguita llora mucho y por todo, recuerda: “No hay que creer ni en cojeras de perro, ni en lágrimas de mujer”. En efecto, si le tiras una piedra a un perro que te está ladrando, aunque no le pegues el perro sale chillando y cojeando: Cojeras de perro, para inspirar lástima.
Los ancianos, los de la tercera edad, regañan y pelean sin pararse de su mecedora. Se escudan en aquello de que “Perro viejo late echado”. Los perros viejos gruñen y muestran sus colmillos, pero no se mueven de su cómodo rincón.
Hay gente, mucha gente, que grita por todo, y patalea y forma berrietas y amenaza, pero a la hora de la verdad, todo se le va en puro aspaviento y no sale con nada. A estos, se les puede aplicar el refrán: “Perro que ladra no muerde”.
Sin embargo hay que tener cuidado. Existen perros bravos que no lo demuestran. Por eso otro refrán aconseja: Perro que no se conoce no se le toca el rabo”. Sucede lo mismo con algunas personas calladas, retraídas, melancólicas. Pero si alguien se mete con ellas, le va mal.
Hasta el Concilio Vaticano Segundo, a los perros les era prohibido entrar a las iglesias. Los sacaban a pata o a punta de golpes. Y mucho menos podían entrar durante una misa. Cuando a alguien le va mal al entrar a alguna parte, ahí está el refrán: “Le fue peor que a los perros en misa”.
Y si algún izquierdoso viene a invitarte a una manifestación, hacer un bloqueo o a meterle candela a un CAI, es mejor que le digas de frente: “A otro perro con ese hueso”.
gusgomar@hotmail.com
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