Ese nombre sonoro, que acompañó a ese hombre rotundo que fue Pablo Emilio Ramírez Calderón, se convirtió en una institución para la ciudad de Cúcuta, para el departamento del Norte de Santander, para el cuerpo médico y para las sociedades académicas.
Sin duda su ciclo vital estuvo rodeado de grandes retos: médico con profunda formación y aquilatada experiencia, aspiraba a ser siempre el mejor, y esa condición la imponía con su conocimiento, con su esmerada práctica y con su recio carácter.
Pero su campo de acción no se limitó a la disciplina de Galeno: irrumpió en actividades cívicas, gremiales, en la práctica de la ganadería y en lo que poco a poco fue convirtiendo en una pasión, al comprobar que la historia, como decía Cicerón, era la maestra de la vida.
En los círculos sociales se le veía con enorme respeto, por todo lo que encerraba su conocimiento y su compromiso por hacerlo respetar. Cuando se le abordaba sobre cualquier cuestión, inmediatamente enunciaba toda clase de preguntas y comprobaba de esta manera la calidad del interlocutor. Si las respuestas no eran adecuadas, su manifestación era concluyente. Si contenían valor y además firmeza, su expresión fluía y el deleite se manifestaba en todo su rostro.
Nunca en su transcurso vital se le vio transitar por medias tintas o por actuaciones tibias. Su carácter era completamente manifiesto, y así como sabía ser un censor implacable frente al desacierto, también podía ser un noble y resuelto exaltador de todo aquello que merecía ser destacado.
Fue así como se ganó el respeto entre las gentes. Aprecié con cierta admiración la forma como lo acogían en los más diversos círculos: Los médicos lo respetaban y lo acataban; los historiadores lo buscaban para auscultar su opinión sobre los diferentes temas, y en los círculos sociales se le observaba con minuciosa curiosidad por la forma como se desenvolvía. En una oportunidad en Bucaramanga, su presencia despertó una inusitada admiración; en breve tiempo los más destacados ganaderos del escenario nacional lo rodearon con especial simpatía: Rafael Parra Cadena, Jaime Prada Lloreda y Hernando Suárez Mantilla no tardaron en levantar sus copas para brindar por el ilustre visitante.
Ese hombre, de estatura prominente, delgado, de certeros ademanes y de mirada penetrante y escrutadora, fue el que aprendimos a admirar, a disfrutar de su leal amistad y a observar como a un ser fundamental, cuya existencia nunca ha debido cesar.
Lamentablemente se ha ido, él se preparó para emprender el viaje, y lo hizo con la asistencia de su carácter y de sus convicciones, que le señalaban que su misión había sido cumplida y que la vida había sido generosa al haberle brindado las oportunidades que tuvo.
Nos imaginamos que al llegar a las puertas de la eternidad, expectante y anhelante, debió preguntar con su enérgica voz por el personaje de toda su admiración ¡Dónde está el General Santander! Descansa en paz amigo mío.