En el último año de conflicto en Europa en la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos lideró la creación de los organismos multilaterales que conocemos hoy, muchos de los cuales están en crisis, obviamente, por ser de otra realidad. Esas entidades financieras buscaban ser mecanismos para impedir que se volvieran a repetir conflictos de esa magnitud por las recurrentes crisis económicas, que dejaban sin empleo a muchas personas. El desempleo generado por la caída de Wall Street en 1929 fue uno de los catalizadores del segundo conflicto mundial. De la mano de John Maynard Keynes, en Bretton Woods se crearon entidades y políticas monetarias que buscarían lograr el pleno empleo. Hasta 1970, cuando esta política entró en crisis, el modelo de pleno empleo hacía que el sistema financiero tuviera poco poder de presión sobre lo económico; con la reorientación de la economía con enfoque en la inflación, los bancos (el sector financiero) ganaron poder decisorio. Y aunque ese enfoque está hoy en problemas, tanto por sus r
ecurrentes efectos recesivos sobre la economía (cada vez más frecuentes y de efectos prolongados en el tiempo, como la de 2008, de la que hasta ahora estamos saliendo), como por la necesidad de un modelo económico ambientalmente sostenible. El modelo inflacionario es contrario al concepto de sostenibilidad, aunque en Colombia sigue siendo el ejemplo de economía seria, representado por economistas monetaristas de la Universidad de los Andes, desde César Gaviria y Rudolf Hommes, pasando por Perry, hasta Juan Carlos Echeverry y Mauricio Cárdenas, y naturalmente el hombre de moda, el ministro de Hacienda actual, Alberto Carrasquilla. Ellos son serios porque defienden el modelo financiero.
La única opinión que a ellos les importa es la de las calificadoras de riesgo, que en esencia son entes financieros internacionales que validan la “capacidad de pago” de los países para atender su deuda, independientemente de cómo se logre. Con un ejemplo se entiende mejor. Si un hombre recibe una gran herencia de su padre, adquiere mayor calificación crediticia bancaria, sin importar que haya sospechas sobre el involucramiento del hijo en la muerte de su padre. Solo importa que sea él quien defina qué hacer con el dinero. Los bancos no son entes morales, aunque en estas épocas confusas que vivimos, el sector financiero habla de riesgo moral, y las empresas de valores; eso lleva a que hoy los entes jurídicos tengan valores y las personas naturales precio, que es moralmente contrario a la filosofía natural histórica, y que explica que hoy sea más grave estar reportado en Datacrédito que tener una demanda por maltrato infantil.
En ese espíritu hay que leer la reforma tributaria del gobierno Duque. El gobierno “debe” equilibrar sus gastos con sus ingresos por lo que el estado “requiere” sacar más impuestos. A los economistas que manejan esta ecuación, no les importa el tamaño del gasto (en Colombia se llama gasto inflexible a los subsidios), ni la calidad del mismo, sólo que hay que “nivelarlo” para que las calificadoras de riesgo, a quienes tampoco les importa a quien hay que clavar para eso, apoyen esas reformas “serias”. Y cierran con una falacia: lo que es bueno para el estado es bueno para el país. Bien por el contrario, el estado colombiano es el peor enemigo del desarrollo.
Y en ese mundo virtual de los monetaristas se usan “complejos” modelos matemáticos para probar la bondad de ahorcar al país con impuestos. Los modelos matemáticos son software de computador, al cual se le crean unos supuestos, le introducen unos datos y se obtiene un resultado. Es obvio que la calidad del modelo depende de lo reales que sean los supuestos, y la calidad y cantidad de los datos; si se supone que la economía colombiana es como la de un país escandinavo, los resultados son inicuos. Si los datos no son estadísticamente representativos, tampoco sirve el modelo, como no sea para justificar lo injustificable. En esas vimos a tecnócratas como el antiguo director de la dian, al defender esta reforma.
Lo que no sabíamos es que el presidente Duque también era de esta corriente económica, a la cual el desarrollo económico real, no basado en subsidios ni en estado elefantiásico, no le importa. Si seguimos por ahí es posible que hayamos perdido nuestra última oportunidad de no caer en el populismo de izquierda.