No hay duda de que la COVID-19 es muy agresiva con los adultos mayores y, en cambio, es mucho más benévola en jóvenes y niños. Miremos los números. De los 182.140 contagios confirmados al viernes pasado, el 7.9% eran adultos entre los 60 y 69 años y el 6,9%, eran mayores de 70. Sin embargo, de los 6.288 fallecidos que se atribuyen al virus, el 18,3% tenían entre 60 y 69 años, y el 50,1%, tenían más de 70. Es decir, aunque los contagiados mayores de 60 son solo el 14,8% de los confirmados, acumulan casi el 69% de los muertos.
Sin embargo, con el propósito de evitar que niños y jóvenes contagien a los mayores, el Gobierno suspendió las clases presenciales y no hay fecha de regreso. Como consecuencia, el sistema educativo tuvo como única alternativa acudir a tecnologías de información y comunicación (tics) remotas para intentar paliar que niños y jóvenes no vayan a las escuelas y universidades. Es lo que se ha denominado “educación virtual”.
El término es equívoco. Una cosa es educar y otra muy distinta es instruir. La instrucción se limita a procurar la transmisión de conocimientos y la adquisición de competencias cognitivas. La educación, en cambio, busca formar el “ser”, entregar herramientas para el desarrollo de personas dignas e íntegras. Para educar no basta, por tanto, con desarrollar la inteligencia y el saber, sino que es necesario formar personas emocionalmente equilibradas, independientes, cultas, con valores, responsables. Y por ello capaces de contribuir a las sociedades en las que viven. La instrucción escolariza, la educación humaniza.
El uso de tics remotas puede contribuir a instruir, pero difícilmente puede reemplazar la actividad presencial que se necesita para educar.
Por eso, entre otras razones, los resultados e impactos de la educación virtual son muy distintos para preescolares, educación básica y media, y terciaria. Las universidades, incluyendo aquellas que no tenía cursos virtuales o tenían muy pocos, se volcaron a ofrecer alternativas a distancia, con mejores o no tan buenos resultados. Algunas simplemente se limitaron a impartir las típicas clases magistrales de manera remota, sin aprovechar las ventajas que pueden obtenerse con los llamados objetos virtuales de aprendizaje. Más complicado la tienen los institutos de formación técnica porque muchos de ellos necesitan del ejercicio práctico para la transmisión adecuada del conocimiento. Pero todos, universidades e institutos técnicos y tecnológicos cuentan con la ventaja de que ellos no tienen educar, en el sentido más pleno, como su fin primordial.