El Gobierno de Juan Manuel Santos, ni él en particular, se distinguen por su credibilidad, ya que como las mujeres de vida alegre, su pasado las precede. Pero hay varias mentiras que de tanto repetirlas, como decía Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, se tienden a volver verdad.
La primera es que el acuerdo de La Habana es la paz en Colombia y el fin del conflicto político. Solo basta mirar las cifras de violencia asociadas a las Farc antes de inicio del proceso y su peso en la violencia total del país; son actores de la violencia, pero ni siquiera los principales, más aún, con un país cada vez más urbano. Y basta mirar la ubicación de las zonas de concentración, para ver que corresponden a zonas abandonadas históricamente por el Estado y ese Estado no piensa cambiar. Y el conflicto político está creciendo; está radicalizado.
La segunda es que quien no apoye el plebiscito por la paz es Uribista. O que quien lo apoye es Santista. En mi caso particular fui férreo crítico del gobierno Uribe en el gobierno Uribe, a diferencia de muchos que fueron fieles cuando tenía el poder y oposición furiosa cuando ya no lo tiene. Caras vemos, Royes Barreras no sabemos. Y soy crítico de Santos; y lo soy de ambos por lo mismo, porque son profundos desinstitucionalizadores del Estado. Instituciones y no hombres son lo que permite el desarrollo, pero en América Latina nos gustan los caudillos, por corruptos o brutos que sean. El articulito reeleccionista de Uribe agravó la inequidad política del país, que Santos corrió a aprovechar para centralizar más el país. Este último es muy respetuoso de la Constitución cuando habla de su paz, pero poco cuando habla del desarrollo territorial, eje constitucional, no lo es. El articulito volvió al presidente el principito concentrador de poder y eso es peligrosísimo porque dependemos de su carácter moral. Si es u n megalómano o quiere dejar su nombre en la historia, lo puede hacer a cualquier costo, porque no hay controles de su poder. Estamos en manos de la sicología del príncipe reinante.
La tercera es que las Farc aceptan ser parte del sistema democrático colombiano. Basta oír a los de las Farc cuando hablan diciendo “eso no figura en los acuerdos, por tanto no nos obliga”. No aceptan como ley sino los acuerdos y jamás han expresado plegarse al régimen constitucional colombiano. Es más, Márquez dijo que no renuncian al socialismo; pero no es el socialismo tipo escandinavo que respeta la economía de mercado y el concepto del Estado al servicio del ciudadano, pero con unas instituciones fuertes en la defensa de la equidad, sino el estalinismo castrista con espejo en Venezuela. Ellos no quieren coexistir sino imponerse y ven en un régimen corrupto, y en la poca democracia liberal que tenemos, elecciones esencialmente, el camino al poder. Lo hizo Hitler en Alemania y más recientemente Chávez en Venezuela, quienes usaron la democracia liberal para destruirla. Hoy, en Venezuela el pueblo no quiere al régimen, pero el régimen se autojustifica. Una gran discusión que hay es como impedir que la democracia liberal sea dañada desde dentro. Una opción es no negociarla con los que quieren destruirla.
La cuarta es que se opina de los acuerdos sin conocerlos. El Gobierno dice nadie lee los acuerdos y puede ser cierto. Quienes los leemos, vemos un lenguaje en infinitivo y con verbos que se prestan a la interpretación, tan del gusto de nuestros juristas y políticos, que solo muestran intencionalidades. O bien que muchas cosas esenciales se responderán cuando se cree la justicia transicional o se va a dar con el desarrollo de los decretos reglamentarios; es decir, quieren el cheque en blanco que tanto le gusta a nuestros dirigentes. Y si vamos a los medios, el problema es peor. Todos tienen agenda propia pues son en su mayoría parte del poder económico, cuando no es el mismo periodista, áulico del poder. Los medios son parte del problema no de la solución. El Gobierno quiere es que se le crea y como veíamos al principio, eso se perdió.
La quinta, para no cansarlos, es que el presidente puede decidir solo que hacer con la paz, pues su mandato lo logró en nombre de la paz y que para eso vale todo. El presidente juró respetar y defender la Constitución y no podía negociarla realizando un acuerdo extraconstitucional que se volvería constitucional, ni en nombre del bien supremo de la paz ni para satisfacer su egolatría. Las democracias liberales débiles no tienen defensa contra actitudes principescas por graves que sean.
Sondeos y encuestas hechas a la medida de quien paga, muestran ganador al sí o al no por cifras a veces estrambóticas y se vendrá una avalancha de “eventos espontáneos” para apoyar la paz. Y Santos además ya quiere alinear “las encuestas” a su percepción. Otro problema de las democracias liberales débiles es que el ciudadano “sabe” que no puede cambiar nada y por eso nada cambia.