Otra vez asistimos a la repetición de las imágenes de la tragedia del Palacio de Justicia en Bogotá, esta vez porque se cumplieron treinta años, antes las habíamos visto porque habían pasado 10, 20 y 25 años desde ocurrió la toma y retoma del edificio donde funcionan las altas cortes de la justicia, al tiempo que se repiten las entrevistas, los análisis y se llegan a conclusiones no válidas porque las investigaciones no han encontrado culpables y si los encontraron no han sido castigados.
Esta vez la conmemoración de tales hechos tuvo un ingrediente adicional, el presidente de la República para esa fecha y el actual, salieron al paso de los juicios en los medios de comunicación y callejeros y casi al mismo tiempo pidieron perdón por errores cometidos.
Eso fue lo que hicieron para esta ocasión Belisario Betancur y Juan Manuel Santos, lo cual no alcanza a resarcir en pequeña parte todo el daño ocasionado por la osadía de los guerrilleros del M-19 y la fuerza desmedida y sin un plan estratégico ejercida por las fuerzas del ejército y la Policía.
La reacción más fuerte a esta manifestaciones de perdón que en el caso del presidente Santos se ha dicho que son obligatorias por los fallos de la CIDH y la del expresidente Betancur por cuenta propia, fue hecha por Carlos Medellín hijo de uno de los magistrados que murió en esos hechos, él ha calificado de cínico y cobarde a Belisario Betancur y aseguró que la solicitud de perdón que hizo es una ofensa y dijo además que no ha reconocido su responsabilidad en aquellos hechos del 6 y 7 de noviembre de 1985.
Ahora, treinta años después la Fiscalía General de Nación ha organizado varias investigaciones paralelas que intentar aclarar muchas de las circunstancias que se dieron por entonces y tal vez algún día puedan señalar a culpables de cada lado, tanto de los guerrilleros como de los agentes del estado que fueron protagonistas de tan lamentable episodio de la historia reciente de Colombia.
Porque para muchos esa toma estaba cantada, fue anunciado en periódicos y dada a conocer, pero la imprevisión fue lo que imperó, o por el contrario se planeó que fuera así para acabar en pocas horas con un foco de insurrección, sin importar que cayeran en esa redada los más altos dignatarios de la justicia.
Para muchos desde aquella época a hoy la justicia no ha vuelto a tener tan prominente y ecuánime grupo de servidores en las altas cortes.
Para ellos la justicia cambió para mal y hoy todavía después de tres décadas no ha logrado recuperarse.
Razón tendrán quienes hacen abiertamente estas afirmaciones y los argumentos son contundentes, según ellos mismos.
Nos viene ahora la conmemoración de la siguiente tragedia, la de Armero, donde miles de colombianos anónimos murieron por falta de medidas eficaces para advertir una catástrofe natural, en este caso también nos repetirán las imágenes y nos dirán que los responsables no se conocen, que tal fueron estos o aquellos.
Estos dos cruentos sucesos, lamentablemente, nos recuerdan que así somos los colombianos.