El Diccionario de la lengua española de la Real Academia define así la palabra decencia: “Aseo, compostura y adorno correspondiente a cada persona o cosa. 2-Recato, honestidad, modestia.3-Dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas”.
La decencia fortalece la existencia, sustrayéndola de las escorias propias de posturas obscenas en que algunos caen atraídos por halagos deleznables. No es una actitud pretenciosa. Es una conducta con que se valorizan los actos humanos. Tiene relación con la ética y la estética plasmadas en las acciones individuales o colectivas.
La política es inherente a toda sociedad. Es también parte fundamental de la función pública y como tal su ejercicio debiera asumirse con sujeción a la decencia, con rigor ético y como garantía de la legitimidad que la debe sustentar. Esto impone a sus actores despojarse de cualquier intención tramposa o de esos cálculos de perversión que algunos acuñan en el afán de obtener réditos de predominio electoral.
La decencia es así mismo una marca de calidad en el sentido de no ceder a las tentaciones de la tergiversación, o más concretamente, de la corrupción en cualquiera de sus variables.
Asumir la decencia como el sello de los actos con que se surte la política en sus diferentes espacios contribuye a la vigencia de la democracia. Es antídoto contra la arbitrariedad, el abuso de poder, la intolerancia y todas las demás expresiones que se constituyen en barreras contra los derechos de los ciudadanos.
En un país como Colombia, con tan altos índices de violencia, la política debe tener como prioridad la erradicación de los factores determinantes de esa situación. Se debe ahondar en la identificación de los caldos de cultivo con que se fomenta la lucha armada por el poder. Esto impone rigor en el reconocimiento de las fuentes irrigadoras de los males que atrapan a la nación y la mantienen en la asfixia del exterminio.
Si quienes gobiernan estuvieran animados por la causa de sacar al país se su recurrente destrucción, escogerían políticas de convivencia, de abolición de los odios, para construir una paz que hiciera posible la seguridad sin exclusión alguna. En esto juega papel decisivo quitarse las vendas que impiden ver la desgarradora realidad. Salir de la ceguera es poner a Colombia en el rumbo de la paz a fin de que puedan canalizarse las posibilidades de saneamiento de los males acumulados por la permisividad de proteger a los depredadores de la decencia.
Revestir la política colombiana de decencia es ponerle fin a las mentiras repetidas destinadas a intimidar a los ciudadanos. Es gobernar con transparencia, tomando en cuenta el interés colectivo por encima de los dañinos privilegios de quienes conforman “la mezquina nómina” de que hablara Alberto Lleras.
Puntada
Los pobres argumentos de los promotores de la revocatoria al alcalde Jairo Yáñez dejaron en el limbo ese movimiento.