Me asombra que Colombia no haya asimilado, después de 60 años de violencia, la política del Frente Nacional, que se suponía había acabado la pugnacidad entre los partidos políticos y firmado la paz que permitiera, al fin, conducir a la Colombia inmortal hacia sitios de progreso, modernidad y desarrollo, que nos saquen de las oscuras épocas que costaron la vida a 300.000 compatriotas. Pero estaba equivocado: no hemos aprendido la lección y seguimos siendo los mismos absurdos enemigos.
Comentaristas de prensa, a los que me sumo yo, han manifestado su preocupación por el pugnaz clima que se palpa en toda la patria, la palabra preferida por el rey de los fariseos, que dice obrar a favor del país cada vez que arroja más gasolina a la hoguera, con la obvia intención de perjudicar a quien tuvo el atrevimiento de apartarse de sus órdenes, el odiado presidente Juan Manuel Santos, que también se aburrió de buscar la paz y decidió sumarse a una guerra que puede conducirnos a escenarios muy peligrosos, como los que vivimos en la época de la violencia partidista.
Colombia ha sido tierra fértil para el odio y para las guerras. En el siglo 19 nos enfrentamos en varias oportunidades, en guerras fratricidas que eran patrocinadas y organizadas por personajes que se auto designaban como generales, al frente de tropas que estaban integradas por sus empleados y amigos. Hubo jefes que un día eran amigos y al día siguiente eran enemigos, de acuerdo con sus necesidades y sus odios, como Mosquera y Obando. En el siglo 20 la violencia se prolongó durante la mayor parte e incluyó dos asesinatos, que sumieron al país en el peor escenario de violencia, los de Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliecer Gaitán. Como si no fuera suficiente, los narcos sembraron el caos al ordenar el asesinato de tres candidatos presidenciales, con la intención de producir caos y miedo. Y lo lograron.
Ahora se repite la historia. También sufrimos una campaña de odio y desprestigio, que busca acabar con la frágil democracia que tenemos. En las redes sociales se leen toda clase de estupideces, inclusive un llamamiento al golpe de estado, desgracia que no hemos sufrido desde 1953. Pero la ignorancia es atrevida y muchos no saben, ni se imaginan, lo que es una dictadura. Que es como el cáncer: sólo se saben sus consecuencias cuando es muy tarde. Algunos piden acabar con la democracia, el sistema político que, por su generosidad, permite que hasta el más ignorante opine sobre el gobierno y se atreva a pedir un relevo en la Casa de Nariño para llevar allí al dueño del Ubérrimo y a su corte.
La democracia siempre ha sido débil. Que lo diga el expresidente venezolano Carlos Andrés Pérez, quien tuvo que darle paso al coronel Hugo Chávez, inventor del gobierno bolivariano que tiene al borde del colapso a Venezuela. Y si se quiere un peor ejemplo, recordemos el gobierno del último Kaiser alemán, que antecedió nada menos que a Hitler. Las garantías democráticas solo sirven para que sus enemigos las destruyan y las reemplacen por dictaduras en las que no se puede ni hablar. Lean la historia y tiemblen, pues en Colombia hay quienes quieren una de esas. GPT
P.D. Llegó el que va a acabar con la hegemonía de Nacional: el español Lillo, que casi lleva a Millonarios al descenso. ¡Qué error!