La idea de remar juntos para superar la pandemia, parece desdibujarse en el contexto de desigualdad y polarización que se extiende en América.
Estados de excepción para combatir la delincuencia, injerencia de gobiernos en poderes constitucionales, corrupción, investigaciones por defraudaciones al fisco, movilizaciones ciudadanas, represión policiva, falta de diálogo, negación de los opositores, cambios constitucionales con estrecho acuerdo social, elecciones que generan incertidumbre, falta de confianza y desinterés ciudadano por la política, son algunos de los fenómenos que se aprecian en los países de la región.
Cuando el enfoque de las sociedades tendría que centrarse en la reactivación social y económica, con mirada hacia problemáticas globales como el cambio climático o los desequilibrios de la economía mundial, que se expresan en mayor inflación, desempleo e informalidad, la confrontación de los políticos, parece hablar un lenguaje diferente e incomprendido.
Como bien lo alerta Sandel en La tiranía del mérito, la acción política se encauza hacia la promoción de la meritocracia y al predominio de posturas tecnocráticas, facilitando el auge de tendencias populistas, que captan el interés de grupos sociales excluidos o que exigen reconocimiento, sin encontrarlo.
“Gobernar una sociedad democrática exige lidiar con la discrepancia, y esto último presupone tener cierta concepción de cómo surgen los desacuerdos y de cómo pueden superarse en un momento u otro con una finalidad pública u otra”.
La política, como dimensión humana integradora, implica capacidad de diálogo y deliberación pero, sobre todo, argumentación, motivación y liderazgo moral. Promover causas y sueños colectivos, tanto como animar realizaciones individuales que hagan posible la felicidad de las sociedades, son atributos que no pueden perderse en la política.
El predominio de respuestas económicas, como dogmas de fe, y la postura fría de los técnicos, contrastan con las expresiones virulentas que circulan en las redes sociales y con la falta de motivación política de la inmensa mayoría, terreno que abre el espacio para propuestas ideológicas extremas, en la derecha o en la izquierda.
El descontento crece, agudizado por el miedo y la incertidumbre de los tiempos, en lo que puede identificarse como una pandemia antidemocrática de peligroso pronóstico.
La falta de confianza en las instituciones, auspiciada ahora por el incumplimiento o la confrontación política frente a decisiones judiciales, constituyen factores para una tormenta perfecta que coloca en jaque las democracias.
Es tiempo de renovar el liderazgo político y motivar su construcción desde la ciudadanía, así como de encauzar la expresión de las redes sociales y la deliberación virtual, hacia propósitos comunes, para actualizar la noción del bien común.
La democracia no es un procedimiento para tomar decisiones respecto de individualidades aisladas. La democracia implica unión de voluntades, a partir del reconocimiento de las diferencias y la identificación permanente de alternativas, para lograr propósitos que se han reconocido comunes.
De continuar como hasta ahora, las sociedades seguirían una ruta diferente a la de las instituciones políticas y muchas veces, en contra de estas. Superar esa brecha y reconocer la política como una forma de realización individual en lo colectivo, es una necesidad apremiante para superar el desgobierno, los autoritarismos y los populismos, que terminan afectando tanto la libertad como la igualdad.
Más que ganar elecciones, las democracias en América requieren reanimar los acuerdos sociales en que se basan. Antes que constituciones y reformas legales, demandan apropiar propósitos colectivos y sueños compartidos, mediante deliberaciones racionales, pero en especial, de carácter ético.
Es hora de comprometer emociones y voluntades para la acción cívica. Sin ese liderazgo transformador, esta pandemia social puede aislar y ahogar las posibilidades para las democracias pos Covid del continente.