Después de 77 años de falsas promesas, de frustraciones y de proyectos de todo tipo, por fin arrancó el metro, el sistema de transporte que solucionará, Dios mediante, los problemas de movilidad de la capital de Colombia, la única ciudad importante del continente que pone en marcha un sistema que colocará a sus habitantes a viajar en un sueño que varias generaciones esperaron desde la lejana época en que los abuelos se transportaban en tranvías de mulas o a lomo de semovientes.
La obra es la mayor que emprende Colombia y se inició en acto al que asistieron el presidente Iván Duque y el alcalde Enrique Peñalosa, quien metió a Bogotá en el sistema de buses contaminantes y es el principal responsable de la demora en la construcción del metro con el cual cuenta desde hace varios años la ciudad de Medellín, que ha tenido varios alcaldes progresistas. Tendrá un costo de diez billones de pesos, aportados por los contratistas, dos consorcios chinos que deberán entregar la obra en cinco años, si no ocurre lo de siempre: demoras, chanchullos y sobornos.
En el metro han soñado los bogotanos desde la administración de Carlos Sanz de Santamaría, quien ofreció construir la obra, que debía sustituir a los vetustos tranvías, la mayor parte de los cuales fueron incinerados el 9 de abril de 1948, por la furia de la muchedumbre que se levantó por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el único caudillo que ha tenido Colombia.
Todos los alcaldes bogotanos, elegidos o nombrados, han ofrecido el metro. Unos lo escogieron subterráneo y otros aéreo, sistema que fue seleccionado por el alcalde Peñalosa, quien seleccionó para el trabajo a dos firmas chinas, que al parecer son expertas en el tema aunque han surgido críticas contra ellas pues se las vincula a problemas en países asiáticos.
Los chinos, según se informó, tendrán a cargo la obra civil, los puentes sobre los cuales se moverán los vehículos, que serán automáticos y de última generación. También deberán encargarse del mantenimiento y demás detalles del sistema, que tendrá valor superior a los diez billones de pesos suma inmensa que permitirá, Dios no quiera, un brote de corrupción superior al que sufrió la capital por la ampliación de la calle 26, que tiene en la cárcel a un alcalde, un senador y varios concejales.
El metro será la mayor obra en Colombia. Pero surgen dudas: ¿será capaz la ingeniería colombiana de hacerse cargo de ella o será otro fracaso como la carretera al Llano, el puente de Chirajara o la hidroeléctrica de Ituango? Algo más: ¿será la solución para el desempleo que ya llega a cifras espeluznantes y servirá para ocupar a los miles de inmigrantes venezolanos que llegan todos los días? Muchos no veremos funcionar al metro pero esperamos ver aunque sea la primera piedra.