Empiezo esta reflexión haciendo una afirmación que puede parecer osada, pero de la que cada día estoy más convencido: me refiero a que las cifras, las estadísticas, los escritos de los eruditos y muchos otros antecedentes por positivos que sean, no reflejan las peculiaridades, las singularidades, las realidades de los seres humanos, comunes y corrientes como Ud. o como yo. ¿Quién se focaliza en nuestra cotidianidad? ¿Cómo saber, si lo que muestran las cifras y las estadísticas reflejan y de qué forma, a la ciudadanía?
Al final del día, pasamos desapercibidos, lo cual hace que las disrupciones sociales ocurridas en los últimos años en Ecuador, Chile, Colombia y en otros países de este continente, sean explicadas de diversas maneras, que normalmente simplifican realidades de muy alta complejidad. Es usual, que la mayor parte de las veces se expliquen las tensiones sociales dándoles un tinte ideológico o político determinado, obviando de esta manera las razones reales o profundas de estos sucesos.
De allí, que sea tan relevante detenernos por un instante, para enterarnos del Índice o Coeficiente de Gini, medida económica que sirve para calcular la desigualdad de ingresos que existe entre los ciudadanos de un país. El valor del índice se encuentra entre 0 y 1, siendo cero la máxima igualdad (todos los ciudadanos tienen los mismos ingresos) y uno la máxima desigualdad (todos los ingresos los tiene una sola persona). Y pongan atención porque Chile, Colombia y México desafortunadamente, ocupan los últimos lugares en la OCDE como los países con mayores desigualdades, el primero con un índice de 0.47, el segundo un 0.48 y el tercero de 0.53.
Así, la anterior constatación nos muestra una primera explicación, que no justifica lo que ha venido ocurriendo en nuestros países, pero le da un contexto bastante trascendente. ¿Qué más puede ser lo que impulsa a nuestros conciudadanos a protestar? La respuesta no es una y como comprenderán tampoco sencilla. Se puede consultar a sociólogos, antropólogos, cientistas sociales y políticos, filósofos, economistas, y muy probablemente las respuestas y apreciaciones serán diversas. Entre muchas opiniones, una me llamó la atención. Dice que la “civilización industrial” en la que vivimos masificó a los pueblos, convirtiéndonos en números u objetos anónimos más que en seres humanos. Y es esta civilización la que produjo un tipo de individuo afectado por múltiples carencias, viviendo en conglomerados urbanos donde los individuos están físicamente juntos, pero no son comunidad, por lo que se podría indicar que estamos en una crisis de nuestro modelo de civilización.
El prestigiado filósofo chileno Gastón Soublette, autor de un reciente y muy exitoso Manifiesto que se refiere a los peligros y oportunidades del presente acontecer, estima que gran parte de la explicación de la crisis por la que estamos atravesando se encontraría en el nacimiento de un nuevo paradigma cultural. Resalta que muchos pensadores modernos así lo señalan. Para ello se sustentan en que con posterioridad a la II guerra mundial, la humanidad se ha debatido entre una conflagración y otra, la mayoría de ellas por disputas ideológicas y étnicas. Si a ello, se agrega la crisis que hoy estremece a la población de muchos países en forma de rebelión ciudadana contra una organización social y política que se considera básicamente injusta, podemos concluir que tanto conflicto y sufrimiento podrían ser, al fin, dolores de parto causados por el nacimiento de un nuevo momento de la historia y de la cultura. De ser así, aún nos queda camino por recorrer.