En la columna pasada expuse mi opinión sobre por quien no votar. Hoy planteó por quién votar. Cada momento define una necesidad y en este momento histórico lo importante es alguien que ejecute desde una concepción diferente a la del actual gobierno nacional. Debe ser alguien que busque reducir el tamaño del estado y su brutal influencia en la vida ciudadana e incentive la economía de mercado, apoye al empresariado, al desarrollo y la creación de valor. Centrarse en vincular inversión privada en obras de infraestructura que es la base del desarrollo. Por sobre todo recuperar la seguridad y respetar la libertad individual ante los intentos del estado centralista de coartarlos en nombre de lo “común”. El personaje, deberá tener el carácter y la inteligencia para enfrentar al centralismo iracundo y atropellador, al exigir descentralización y hacerlo mientras logra definir, técnica y socialmente, una visión económica de ciudad. Se busca un Plan Maestro Metropolitano de Desarrollo Sostenible, más que una persona, pero como se acabó el tiempo, perfilemos un posible candidato.
Es necesario inmiscuir al ciudadano en el plan de ciudad; solo metiéndole ciudadanía que se apropie de los proyectos, el modelo podrá defenderse. Pero para eso necesitará que sus gobernados vean obras y desarrollo. Debe rodearse de personas capacitadas en estructuración de proyectos y en saber venderlos.Lograr consensos a escala metropolitana de la vocación económica de la ciudad. Quitar el velo del estatismo y encauzar un nuevo modelo de desarrollo, es el punto de inflexión histórico necesario para un proceso que tomará al menos una generación. Pero el que lo inicie pasara a la historia.
Leszek Balcerowicz, líder de la salida de Polonia desde el comunismo hacia una economía de mercado hoy pujante y occidentalizada dijo: “Tenemos que romper con viejos hábitos y actitudes. En particular, tenemos que parar de mirar hacia ‘la cima’, hacia el Estado, porque es una reliquia de la vieja forma de pensamiento". Que el viejo pensamiento estatista de Polonia de los años sesenta, sea hoy el “progresismo” y el “cambio” en Colombia es solo una tara histórica del subcontinente, que la mayor parte del planeta sabe dónde terminará; los colombianos no, así tengamos la imagen en Venezuela. Cúcuta tuvo su mejor época cuando la iniciativa privada era la guía.
Vivimos un mundo urbano y las ciudades (las conurbaciones metropolitanas, para quedar claros) son el centro de todo lo bueno y lo malo del país, por eso las primeras que den el paso en la dirección correcta podrán salir de este laberinto en que nos metió “La Generación Idiota”, como la llama el escritor Agustín Laje.
Idealmente sería una persona que muestre gestión empresarial y en el sector público (y no se haya servido de él), que ojalá tenga preparación en profesiones STEM como le dicen en inglés: ciencias naturales, tecnologías de la información, ingeniería o matemáticas. Menos abogados, economistas y politólogos (que son el grueso de los candidatos) también es romper paradigmas. Ya tuvimos un ingeniero y aunque quedó lejos de las expectativas que despertó, hizo una gestión honorable y de estabilización financiera importante.
Obviamente este ideal es casi una utopía, pero al menos si miramos hacia ese modelo podremos saber quiénes están más lejos de él. Las ciudades pueden mejorar así el país no lo haga y hay muchos ejemplos de ello. Pero lo primero es conceptualizar hacía que institucionalidad queremos ir, que obviamente no es seguir medicando sin resultados a un centralismo soberbio e inepto. Lograr descentralización es un objetivo vital y en eso nos pueden ayudar los habitantes serios (es decir, gente pensante y democrática) del otro lado de la frontera, a quienes urge aún más un cambio. No hay creer que lo de Venezuela es eterno como escribí en mi columna de procesos acumulativos. Los regímenes no caen poco a poco, se desploman en un instante.
Perdonen la irrealidad de esta columna, que solo busca mantener viva la esperanza.
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