Los años 2020 y 2001 marcaron las primeras dos décadas del siglo XXI, pero con alcances muy diferentes. En los que nos compete a todos los habitantes del planeta, ambos años trajeron cambios significativos.
Después del 11 de septiembre del 2001, la seguridad se volvió algo omnipresente, tanto, que planteó un riesgo al derecho civil a la intimidad. La pandemia del 2020, que continua aún, ha vuelto omnipresente las medidas de prevención biológica; el aislamiento de las personas, un contrasentido a la vida urbana, se volvió un paradigma que seguirá posiblemente una vez superado el covid19, lo mismo que el uso del tapabocas y la universalización en el uso de los sistemas virtuales, desde el teletrabajo hasta la comercialización, pasando por las videoconferencias y el uso obsesivo de las redes sociales.
No todo el mundo perdió en la pandemia. Como dijeron las empresas tecnológicas, en tres meses avanzaron lo que estaba programado abarcar en diez años. Del miedo a los ataques terroristas pasamos en simultánea al miedo infeccioso; el miedo parece ser el signo de la primera cuarta parte del siglo actual.
El impacto de la pandemia es brutal en lo social, porque, aunque suene cruel, el número de fallecimientos no moverá la aguja de la población mundial. Pero el daño económico si es de alta gravedad, y el daño social correspondiente, también.
Estos dos eventos cataclísmicos, ocultaron el alto riesgo en que desde inicios del siglo viene amenazando a la democracia liberal que se veía pujante en las últimas décadas del siglo XX. En este año, en ese campo hemos visto como Vladimir Putin se convirtió literalmente en el nuevo zar ruso, aunque el hecho más destacable es la elección del nuevo presidente estadounidense en unas elecciones bastante parecidas a las que sucedían en Colombia en los tiempos de Frente Nacional. Si el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos se vio indefenso a pesar de todo su poder, el 3 de noviembre de 2020 se vio grotesco a pesar de toda su institucionalidad.
El signo de los tiempos parece ser que los nuevos tribalismos, capturados hoy por la izquierda, están erodando gravemente el modelo de democracia liberal que ha visto, de su mano, el más esplendoroso desarrollo de la sociedad humana.
En 1918 se dio la anterior pandemia mundial, la gripe española. Un siglo después el SARS Cov2, encerró nuevamente el planeta y lo puso en una nueva realidad para la cual la mayoría no ha desarrollado las competencias requeridas y que muestra lo ineficaz de los actuales modelos educativos y de trabajo. Y ahora que lo sabemos, no sabemos qué hacer, mientras nos debatimos en una nueva reideologización política, y la ciencia y la tecnología muestran unos avances gigantescos que están poniendo en revisión fundamental todas las ciencias sociales, empezando por la economía. La palabra que más va a escucharse en el resto del siglo será complejidad. Estamos anclados al pasado cuando más podemos dar el salto al futuro. La nueva realidad nos encontrará perdidos. Los años por venir, traerán incertidumbre, y como resistencia al cambio, se proponen viejos remedios para nuevas enfermedades.
En Cúcuta terminamos con un corto y brutal invierno y un pico de pandemia, con un número importante de médicos entre los fallecidos, sobrellevando la diáspora venezolana y una creciente inseguridad proveniente tanto del crimen organizado como de delincuencia común. Quisiera ser optimista y decir que 2020 es el fondo del pozo y que solo nos queda subir, pero la evidencia no es ni siquiera circunstancial. Sería un año no totalmente perdido, si como sociedad nos organizáramos y tomáramos la planeación del futuro en nuestras manos, sin seguir con la genialidad de ir a Bogotá a que nos hagan obras y recibamos en contraprestación promesas vanas. El desarrollo lo logra el sector privado, no el gobierno.
Sin embargo, aunque todo llama al pesimismo, esta es una época para creer en milagros. Por eso feliz 2021, porque el 2020, ¡que añito!