Durante tres horas, el ministro de Defensa y la cúpula militar se reunieron con el Consejo Gremial Nacional, pero no fueron a escuchar sino a ser escuchados. El ministro fue a echarnos el cuento de Santos, el de un país en paz tras la firma del Acuerdo con las Farc, el país de la publicidad oficial, diferente al que vivimos a diario.
Villegas nos habló de logros, estrategias y campañas, y de una Fuerza Pública con capacidad para garantizar la seguridad, que la tiene, por supuesto. Nadie duda de su capacidad logística y tecnológica, fortalecida con ingentes recursos que, hoy más que nunca, es imposible reducir, a pesar de la promesa populista de que, con la mágica firma del Acuerdo, “los recursos destinados a la guerra se le entregarán a la educación” (Santos 2013). Nadie duda de la formación de nuestros soldados y policías, reconocida mundialmente y reflejada en la habilidad y el coraje de nuestros héroes.
No obstante, resulta que su comandante en jefe es el presidente de la República y, durante los últimos ocho años, ese comandante amarró tan extraordinaria capacidad a las condiciones extorsivas de las Farc, y hoy la historia se repite con el Eln.
Santos convirtió a Cuba y Venezuela en garantes de paz, olvidando que Cuba fue puente de financiación del terrorismo durante décadas, y centro de entrenamiento de los guerrilleros que hoy aspiran al Congreso y la Presidencia, comenzando por Petro. Durante ocho años, el comandante miró hacia otro lado, mientras farianos y elenos usaban -y usan- a Venezuela como ruta de narcotráfico y refugio para sus crímenes, y donde, además, se les rinden honores.
En ocho años, Santos desmontó la lucha contra el narcotráfico con la suspensión de la aspersión aérea, cediendo ante sus vecinos socialistas y la extorsión de las Farc. Mientras tanto, la Policía con las manos atadas por la dosis mínima, que alimenta el microtráfico, la inseguridad ciudadana y el aumento de cultivos. Y como si fuera poco, las Farc exigieron conexidad ¡del narcotráfico! con el delito político, y el comandante Santos consintió en semejante legitimación de la combinación de las formas de lucha. Volvimos entonces al primer lugar en producción de cocaína y al torbellino de violencia del narcotráfico.
¿Qué pensará Villegas?, pues mientras hablaba le era difícil desconocer ese otro país, cundido de cocaína y violencia, con soldados y policías cayendo a diario, con abigeato y extorsión rural, con resurrección del Eln y crecimiento de las disidencias, amén de las bandas criminales.
¿Qué pensará Villegas?, otrora aplicado dirigente gremial y defensor de la Seguridad Democrática y la lucha frontal contra el narcoterrorismo de las Farc. ¿Qué pensará?, al ver que esa seguridad recuperada se volvió a deteriorar en sus manos y que, a pesar de ello, sigue echándonos el cuento de su comandante.