No se imaginó el patriarca Noé, el vainazo que nos iba a echar a los demás mortales con su continua jartadera de vino, con motivo del diluvio. Cuentan los libros sagrados que el patriarca, aburrido de tanta lluvia, se dedicó a tomar del vino que llevaba en los barriles. Y llovía y llovía, y el hombre bebía y bebía. Y, boracho, ponía la torta.
Un día, cuando estaba más de medio, cogió un chulo y lo arrojó por la ventana, para que fuera a ver si en alguna parte ya había dejado de llover. El chulo no volvió.
Otra vez, borracho, se empelotó delante de sus hijos y empezó a perseguir dentro del arca a Naamah, su mujer. Ella le siguió el juego y corría entre todo ese animalerío, pero el hombre, atontado, la confundía con los animales. Furiosa, Naamah, agarró un hacha y le fue rompiendo los barriles que aún le quedaban y le derramó el vino. “Se acabaron sus jumas –le gritó a Noé- . De ahora en adelante, aquí impera la Ley Seca”.
Fue la primera de la historia. Poco a poco la costumbre tomó fuerza hasta que llegó el momento en que la Ley seca se convirtió en mandato constitucional. Ahora, los gobernantes, presionados por movimientos de mujeres casadas, o por los Alcohólicos Anónimos, o por físico miedo de que con trago la cosa se les salga de las manos, decretan Ley Seca, con cualquier motivo: manifestaciones, paros, visitas presidenciales, elecciones, escrutinios, pandemias, etcétera.
Jesús de Nazareth, en cambio, fue alcahueta con los borrachitos. Una vez, en cierta boda famosa, en que se les agotó el trago, el Maestro se rascó la cabeza y dijo: “Aquí fue”. Ese día hizo su primer milagro. Convirtió en vino el agua que había en unas pimpinas, de las que después se usaron para contrabandear gasolina.
Y hubo alegría en la fiesta. Y las caras largas dejaron de ser largas. Y los pasmados volvieron a prender motores. Y muchas otras bodas se concretaron esa noche. Porque esa es una de las grandes virtudes del trago: infundir alegría, entusiasmo, energía y disposición de ánimo, los tímidos se vuelven atrevidos y los callados se vuelven habladores.
Estos días en Cúcuta tenemos la desafortunada Ley Seca, y todo porque el presidente Duque viene a visitarnos. ¿Cómo podremos, entonces, los cucuteños, llenarnos de valor para decirle a nuestro mandatario que nos alegra su visita? A palo seco es muy difícil, lo mismo que los músicos no pueden dar buenas serenatas a palo seco. Necesitamos, además de quemar voladores y de una buena papayera, pegarnos unos guarilaques para que no decaiga nuestro sentimiento patriótico en estos días de mucha constitucionalidad.
Era yo apenas un muchacho cuando el gobernador del departamento en ese entonces visitó a las Mercedes. Como no había carretera, el recibimiento se le hizo a caballo. Todo era festejo y una botella de aguardiente rastrojero corría de boca en boca de los jinetes incluido el Gobernador. Alguien le hizo caer en cuenta al gobernante que el Corregidor del pueblo había decretado Ley Seca. De inmediato lo hizo llamar y le ordenó que aboliera la medida en aras de la alegría popular. Y así se hizo.
El presidente Duque debería seguir tan loable ejemplo. Llamar en privado al alcalde y decirle: “Tomás, no sea zurrón con el pueblo, anule ese decreto. Que festejen mi llegada”.
Además, hoy juega la Selección Colombia y el partido es decisivo para la clasificación al Mundial de Qatar. ¿Cómo podemos acompañar a nuestros muchachos, si no estamos prendidos? ¡Qué vaina con esa Ley Seca!
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