Dicen los áulicos de la mermelada, casi con arrobamiento místico, que el Presidente Uribe ha dado un giro muy saludable frente a las conversaciones en La Habana y a las declaraciones de su profeta, Humberto De La Calle.
Pues nos parece todo lo contrario. Han sido los de la beatería de la paz los que se han acercado a Uribe.
Uribe ha manifestado su complacencia por un planteamiento idiomático y conceptual que cambia por entero los del llamado equipo negociador en La Habana. Y por supuesto, en cosas de mucha monta.
Los bandidos de las Farc vienen hablando sistemáticamente de la dejación de armas para el momento en que el papelito aquel se firme.
¿Y que es la tal “dejación”? Pues ni el diablo que sepa. Juegan con la palabrita como les da la gana, se arropan con ella, la estrujan, la manosean, y nada que la definen. Y cuando se les dice que no es cosa de dejar las armas, sino de entregarlas al Estado, entonces se encabritan, caracolean y hasta amenazan. ¿Entregarlas? Jamás.
Porque las podrían necesitar, más adelante. Nada como hacer política armada, que es la única que conocieron en cincuenta años.
Pues Juanpa y los suyos le han seguido el juego a la palabrita, hasta que en el reportaje a don Yamid a Juanpa se le escapó la palabreja maldita, el verbo entregar.
Y se extendió, en una desparramada verbal inimaginable hasta ahora, agregando que sin entrega de armas no puede haber lo que él llama paz.
Pues en el Congreso De La Calle no tuvo más remedio que seguir en la línea y hablar con desparpajo de la entrega de armas como condición esencial del negocio.
Pues Uribe aplaudió, recordando que eso era lo que había querido oír, años hacía.
También han eludido los bandidos el tema de la cárcel, como condictio sine qua non para un acuerdo. El Fiscal habla de las más graciosas alternativas a la figura, pero Juanpa sabe que sin privación de la libertad nadie acompaña la criatura. Los delitos de lesa humanidad no son amnistiables ni indultables y sin prisión no hay pena que los redima.
Pues Juanpa también se cansó de los malabares retóricos en torno al punto, y ya soltó la lengüita con el uso expreso de la imposición de penas privativas de la libertad.
De La Calle siguió la voz del amo y así repitió su decir en pleno Congreso. Otra vez Uribe festeja sin vacilaciones.
Las Farc le huían como a la peste a la figura de la concentración de sus fuerzas para someterse así al Estado, de manera que se hagan contar, mujeres y niños incluidos, y no quede duda de con quiénes se negocia. Pues Juanpa está muy entusiasmado con la concentración. Y Uribe también, sin duda.
Quedan muchos asuntos por asumir y resolver. La intervención en política, por ejemplo, que entiende Uribe resuelta con la privación de la libertad, porque maldita la campaña política que pueden hacer los presos. No es todo, pero ahí vamos. Quedan asuntos tan espeluznantes como el narcotráfico y los bienes que se acumularon a su sombra. Y las víctimas. Y los niños reclutados, y los secuestrados y la limitación del discurso a estos asuntos, sin saltar al ruedo de las instituciones y la política que Timochenko quiere manejar. Pero por algo se empieza.
Uribe está muy complacido con el giro, que no ha sido suyo sino de Juanpa. Claro que queda por saber lo que las Farc piensen sobre estos cambiecitos de sus contertulios. No les harán gracia, sin duda.