Una de las discusiones más reiterativas en Suramérica, con especial énfasis en el área andina, es si lo importante para un país y sus regiones es contar con recursos naturales o con una apropiada infraestructura, pero el debate siempre se decanta dependiendo si se toma la visión de Estado o la visión de sociedad civil.
Como nuestros estados dependen en mayor o menor medida del usufructo de rentas, sus ingresos dependen estructuralmente de la exportación bruta de materias primas (commodities en inglés), lo que a su vez explica el bajo ingreso per cápita regional. Los sectores de la economía se clasifican por su capacidad de generar valor agregado, con base en tecnología y conocimiento, siendo el primario, explotación de materias primas, el de más baja creación de valor. La industria manufacturera, sector secundario en creación de valor agregado, y los servicios, tercero, explican el alto ingreso de los países desarrollados, hasta llegar a la llamada sociedad del conocimiento que se basa en investigación, desarrollo e innovación.
La sociedad civil, el llamado sector privado, generador de valor en una economía de mercado sana, aspira a contar con las condiciones legales y la infraestructura para desarrollar los sectores secundario y terciario de la economía. El debate se subjetiviza si usted piensa como un burócrata en busca de rentas o como un empresario en busca de crear valor agregado.
Esa discusión parece zanjada en Cúcuta donde seguimos esperando vivir del carbón (una vez suban los precios, cuando hasta los del petróleo se estancaron de manera estructural), el cobre y otros minerales, y también aspiramos a encontrar gas y petróleo “regional” que nos de independencia energética, siguiendo el esquema mental del mamertismo venezolano.
Japón es un caso emblemático para esta discusión. La isla no produce prácticamente nada, pero da valor agregado a todo. Pongamos por ejemplo el gas natural: no producen una molécula de gas, pero su impresionante base industrial y de generación eléctrica se apoyan de manera importante en este combustible. Eso sí, tienen una gigantesca red de gasoductos, plantas de gas natural licuado, terminales de regasificación y toda la demás infraestructura asociada. Usan la materia prima para producir bienes y servicios de valor agregado, con una población educada en competencias, apoyo de alta y última tecnología, que los hacen una de la 10 mayores economías del mundo.
En Cúcuta, por el contrario, asumimos la agenda de materias primas o el camino corto del comercio fronterizo de ocasión. Esperamos que el precio del carbón suba, cuando hasta el petróleo empezó a declinar para paliar el cambio climático; esperamos encontrar grandes cantidades de gas natural en las goteras de la ciudad o en el centro incluso, o encontrar más minerales para exportar, o seguir talando bosques para vender madera en bruto. O bien esperamos que abran la frontera para vender a una Venezuela hambrienta y enferma, con la esperanza que eso dure, sin habernos preparado adecuadamente para manejar la cadena de suministro de bienes perdurables. Jugamos al día a día.
Por eso pensar en vías de altas especificaciones, trenes, gasoductos o poliductos, acueductos metropolitanos o sistemas urbanos metropolitanos de transporte masivo de base férrea, en recuperación de la navegación fluvial son “materia abstrusa” que no requiere dedicarle tiempo para su planeación y desarrollo. Es mejor que nos quiten el iva. Ello nos deja con un sector público “rector” del desarrollo y un débil sectorial empresarial “seguidor”, con una economía sostenida en pequeños comercios que aprovechan coyunturas fronterizas.
Nos hemos quedado esperando a un milagro de la naturaleza o fronterizo, mientras caminábamos al abismo de la informalidad, la ilegalidad y el estancamiento relativo. La discusión entre recursos naturales e infraestructura en Cúcuta está zanjada: optamos por los recursos naturales que además no tenemos. Tal vez desde la zona veredal transitoria de concentración de Tibú, para el gobierno nacional, o enclave socialista según las Farc, nos venga el nuevo modelo de desarrollo farco-madurista con la bendición del gobierno nacional. La mayor pobreza de un pueblo es tomar la decisión de dejar que otros hagan por ellos, lo que ellos mismos no quisieron hacer. La degradación de ciudades históricas es un ejemplo.
FE DE ERRATAS: En mi anterior columna “El eje Cúcuta-Medellín” en el tercer párrafo hay una mala redacción cuya corrección presento aquí por respeto a mis lectores a quienes extiendo mis excusas. Es así “….y vial con el Caribe. Pero si dicho tren se proyecta hacia el sur por el departamento de Bolívar, perimetral a la serranía de San Lucas, para buscar luego la hondonada de la cuchilla del Mocho en Antioquia, pasando por los municipios de Valdivia, Briceño y Sabanalarga, hasta caer a Murindó en Chocó, concluyendo en bahía Cupica, donde se ha planteado desarrollar un puerto de aguas profundas, lo que es imposible en Buenaventura así se mantenga el dragado, dejaría a Cúcuta como un hub interoceánico. Un ramal conectaría Medellín con Sabanalarga, completando el eje Cúcuta-Medellín. En estos días...”.