“Trump le está dando a la prensa lo que ellos quieren y ellos le están dando a el lo que él quiere: atención. La estúpida prensa no entiende eso. Así el presidente Trump prospera en las noticias”. No lo digo yo, lo dice Gay Talese, uno de los grandes maestros del inigualable periodismo norteamericano.
Lo que Talese anota referente a los periodistas y en general la prensa norteamericana, tiene validez en nuestro mundillo periodístico que cada vez se posiciona más como el tribunal inapelable de la moral pública, sin que existan razones fundamentadas para que ello sea así. Del análisis que hace Talese y de la experiencia que se tiene en estas latitudes, es posible avanzar una reflexión de cierre de año, en momentos en que nos debatimos en medio de la incertidumbre y la falta de claridad de donde estamos parados y hacia dónde podríamos y deberíamos avanzar.
El escenario nacional y regional cambia con rapidez; los temas y problemas se mueven y transforman, empezando por los referentes al conflicto interno y a su superación, cuando ya las Farc no son las grandes protagonistas o al menos las grandes captadoras de atención y titulares de la prensa; condicionadoras en los últimos 35 años si no de la política, si de los debates y procesos electorales, a la par que fueron los inigualables rivales de Álvaro Uribe al que le permitieron construir un fuerte liderazgo para tiempos de guerra. Todo esto es ya asunto del pasado, no porque el conflicto haya desaparecido con la firma del Acuerdo, sino porque ahora tiene otras características y de alguna manera nuevos protagonistas.
Ya sin discusión o disimulo alguno, el narcotráfico ocupa el centro de la escena. Y la corrupción, vieja conocida en la vida de Colombia, hoy se desnuda con una fuerza y una presencia, que en dúo con el narcotráfico, tienen en buena medida capturado nuestro futuro en su dimensión ética y de convivencia, en las perspectivas de su vida económica y social, en sus relaciones con los vecinos y en la permanencia y aún fortalecimiento de una violencia difusa, obra de una criminalidad variopinta que pelecha a la sombra de la gran delincuencia organizada.
Y mientras todo esto y mucho más sucede, tenemos un periodismo cada vez menos profesional, menos volcado a narrar lo que hay en las calles, lo que hace la gente que no es “famosa” ni finge serlo. Esclavos de la chiva en estos tiempos de flashes de información al instante, lanzada sin análisis ni contextualización, salvo una somera verificación de su veracidad; en ello, el Ipad y el celular se volvieron instrumentos y casi que cómplices insustituibles.
Un periodismo cada vez más desnaturalizado y asemejándose a las desbocadas y ligeras cuando no simplemente irresponsables redes sociales. Es el reino de la emocionalidad desbordada, donde el sentimiento y la reacción inmediata (“en tiempo real”) ha sustituido a la escritura razonada y a la argumentación pensada, elaborada, abriéndole el espacio a las noticias falsas que son producto bien de la mala fe que siempre ha estado presente en el escenario de la condición y de la acción humana y que hoy encuentra unas condiciones óptimas gracias a la revolución tecnológica y comunicacional en que estamos inmersos, o bien del afán de informar de primero sin importar como, sin importar qué.
Un periodismo contagiado de la epidemia de arribismo que especialmente en el último cuarto de siglo, se apoderó del alma nacional al ritmo de cambios sociales, migraciones y aumentos de la riqueza nacional en medio de gigantescos desbalances de ingresos y de acceso a los caminos del consumismo que con sus relumbrones que engañan y confunden, se convirtió en la “cultura” nacional”. Por ello y volviendo a Tales, los periodistas “nunca han tenido una conversación con quienes no son fundamentalmente interesantes” y que poco le aportan a su proyecto de escaladores sociales. Todo ello les fue anulando su imaginación, preso de la tecnología y del pago de las deudas producto de su nuevo modo de vida en el cual aparentar es fundamental y ello cuesta un dinero que debe prestarse.
Cierro con una durísima crítica final de Talese que bien amerita una reflexión en estos días de fin de un año duro, cargado más que de razones, de una agria polarización llena de emocionalidad: “El periodismo hoy está motivado por la ira y la venganza. Los medios no tienen ningún respeto por la verdad. Quieren golpearte, noquearte y con ello hacerse un nombre”