Con la irrupción de toda nueva tecnología, el mundo debe aprender a regularla después que su uso se masifica. Con la aparición del vehículo a finales del siglo XIX, estos podían circular libremente por los campos, pues no había calles, en el sentido que querían, y a la velocidad que deseaban, hasta que empezaron los accidentes, los cuales con la masificación se hicieron una de las grandes causas e morbilidad y mortalidad. Para finales del siglo XX, el motor de combustión interna, se volvió uno de los grandes responsables del calentamiento global. Hoy la regulación vehicular, considerada natural, es una de las más desarrolladas, y está en camino, aunque con cierta lentitud, de la eliminación del motor de combustión interna alimentado por hidrocarburos, en beneficio de los motores de vehículos eléctricos.
En la última década, con la irrupción de las redes sociales, el mundo ha visto la necesidad de regular su uso. Una tendencia natural de las tecnologías disruptivas y sus consiguientes vehículos empresariales es al control monopólico. El caso más histórico más famoso se dio con el petróleo, cuando la Standard Oil de Rockefeller llegó a ser tan poderosa que casi amenazaba el papel del estado. Su proceso antimonopolio, propio de un país demócrata con instituciones fuertes, rompió ese monopolio y redujo el riesgo de un poder tan amplio en manos de una solo persona. Hoy, monopolios como los del señor Mark Zuckerberg, amenazan la libertad de expresión y el derecho a la intimidad de gran parte del planeta, a través de redes como facebook, Instagram y WhatsApp, lo que ya llevó al gobierno estadounidense a iniciar proceso antitrust contra este conglomerado, el cual además hace uso a voluntad de la información de sus usuarios. Es tan peligroso que ya decide que se debe ver y oír en sus redes, y a motu proprio, decidió bloquear las cuentas del presidente Donald Trump. Y a muchos les pareció bien por lo “peligroso” que se volvió Trump; pues bien, comparado con Zuckerberg, Donald Trump era como en su programa de televisión, solo una aprendiz. Ahora el planeta debe preocuparse de cuál es la conciencia moral subjetiva del señor Zuckerberg para saber que vamos a leer y a oír; la nueva inquisición. Es la imagen más realista de la pesadilla Orwelliana. La regulación de las redes, además de la destrucción de los monopolios informáticos, es una necesidad urgente a nivel mundial. Confiamos en la justicia estadounidense para que avance muy rápidamente en el proceso antitrust, y en un Congreso actuante que regule el uso de la información privada en manos de cualquier Zuckerberg.
Y de paso es importante dar el debate del control de los medios de comunicación en manos de conglomerados económicos con intereses económicos y políticos, que ha convertido al periodismo en escondite de francotiradores contra enemigos políticos, y ha bajado su calidad a nivel de la bajeza del debate político actual. Leí una columnista de izquierda en El Tiempo, vinculada con el gobierno de Claudia López, que acogía con entusiasmo la posición del New York Times, que propuso como válido que los medios de comunicación fueran subjetivos y “defendieran sus intereses”. Una buena medida sería democratizar la propiedad accionaria de los medios de comunicación retirándola del poder de grupos económicos, o cacaos que llamamos aquí a personajes como Zuckerberg y Soros. Es una responsabilidad del estado garantizar acceso a información confiable, seria y los más objetiva posible, exigiendo que los columnistas manifiesten abiertamente su posición política y vinculación con grupos económicos. Es hora de limpiar el tablero de juego que se ensució hasta hacer invisible su base.
El debate obligado sobre los medios de información física y virtual es urgente darlo pronto y tomar las medidas pertinentes, para evitar que las tecnologías de redes lleguen, como los vehículos a amenazar la sostenibilidad de la especie, esta vez por contaminación ideológica que amenace la democracia como modelo social. Es urgente la regulación.