Hasta hace unos años, las muchachas que no encontraban novio le rezaban a San Antonio para que las ayudara. Quedarse para vestir santos o saber que las había dejado el tren, era mal visto, y acudían al santo de las cosas perdidas, con velas, oraciones y limosnas. Pero hace poco apareció otro patrón de enamoramientos, san Valentín. No sé cuál de los dos será más efectivo.
Alguna vez un amigo, sabedor de que yo a veces le jalo a los versos, me dijo:
-Necesito un poema para una muchacha a la que le estoy arrastrando el ala. ¿Cuánto me cobra y me le hace un Nocturno como el de José Asunción Silva?
Ni siquiera me dio arrechera, a pesar de que me estaba insultando, como si yo fuera un mercader de versos, un vendedor ambulante de poemas, un traficante de poesía. Me sentí como un vendedor en el mercado al que le dicen: “Vecino, ¿En cuánto me deja un kilo de papa?”.
Pensé más bien en la arrechera de Silva al ver que alguien me estaba pidiendo un poema como su Nocturno, aquel en el que va el poeta con su amada bajo la luna, y sus sombras “eran una, eran una sola sombra, eran una sola sombra larga…” Y qué tal yo, aprendiz, dizque haciendo versos como José Asunción. ¡Qué atrevimiento, Dios mío! Así se lo dije a mi amigo:
-Amigo, está usted haciendo chichí fuera del pote. Primero, yo no tengo tienda de versos. Y segundo, es una falta de respeto con Silva que usted se atreva a proponerme algo así como un Nocturno.
-¿Pero es que a mí me han dicho que usted…
-Vaya mucho al carajo –lo interrumpí. Y con el mismo pudor con que algunas mujeres dicen: “Se equivocó conmigo, yo no soy de esas…”, le dije “Se equivocó conmigo, parce, yo no soy de esos”.
Sin embargo, a veces yo sí soy de esos. Cuando estaba en bachillerato, aprendí a hacer acrósticos rimados con los nombres de las muchachas. Entonces los compañeros me pagaban para que les hiciera acrósticos a sus novias o a sus proyectos de novia. De esa manera yo conseguía lo de la media mañana, es decir, me convertía en un vulgar vendedor de rimas, como cualquier vendedor de tomates o de perejil. Y me iba bien con el tarantín de versos. Además yo cobraba la mitad por adelantado. El anticipo que cobran los contratistas. Lo malo del negocio es que yo no podía dar mi nombre como autor, sino que debía escribir el nombre del contratante. Al fin y al cabo, eso no me importaba mucho, siempre y cuando yo tuviera lo del mecato.
-¿Entonces, qué hago? –me suplicó el amigo. Es que tiene otro pretendiente que le da serenatas, y es posible que el tipo se quede con ella, si yo no hago algo fuera de serie: un poema, a nombre mío.
- Mire –le dije, apiadado de la situación del amigo-: Hay dos santos buenos para ayudar a conseguir novia: San Antonio y San Valentín. Ahí verá a cuál se le mide. Cualquiera de ellos le puede hacer el milagrito.
El amigo se fue apesadumbrado y tal vez echándome madrazos. Con el tiempo me lo volví a encontrar y le pregunté por su conquista amorosa.
-San Valentín, usted y san Antonio me fallaron –me dijo-. Pero me fue mejor: Me conseguí otra vieja que, además de bonita, también hace versos, mejores que los suyos. Me consiente a punta de poemas, y no tengo que pagarle. Con puro amor la arreglo.
gusgomar@hotmail.com
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