Hay que ir de prisa, de tantos como son los enredos en que anda el presidente Santos.
En el llamado Acuerdo de Paz, nadie cree. Los colombianos rechazan la impunidad para los bandidos sobre crímenes atroces, su elegibilidad con votos o sin votos para el Congreso, sus Zonas de Ubicación, su proceso con armas en la mano, que no indemnicen a las víctimas, que mantengan su negocio fabuloso del narcotráfico, que organicen su Tribunal de Justicia para condenar a sus enemigos, su Reforma Agraria confiscatoria y ruinosa, la destrucción del Ejército, en fin, todo lo sustantivo de ese pacto atroz. Santos sabe que en juego limpio perderá el plebiscito. Y de lejos.
No puede ocultar el costo de vida más alto en 17 años: el 8.6% es escandaloso y socialmente insoportable.
Nunca podrá explicar qué hizo con la bonanza petrolera, la que se robó con los suyos en mermelada. Fueron cuatro años con los mayores ingresos que tuvo Colombia desde Bolívar. Un millón de barriles a cien dólares, son cien millones de dólares diarios, casi cuarenta mil millones de dólares anuales, más de ciento cincuenta mil millones de dólares en aquellos cuatro años de locura. ¿Qué quedó de esa gigantesca fortuna? Nada. La botó toda. “Como nunca antes”, hay que agregar.
No sólo despilfarró la bonanza sino que endeudó la Nación hasta los tuétanos. La deuda externa vale el 42.2 por ciento del PIB (la recibió en el 22.5%) y la interna alcanza el feroz guarismo de $215 mil millones de pesos, acrecentada en su Gobierno en 84 mil millones, solo hasta diciembre del año pasado.
El hueco fiscal es descomunal, de más de treinta billones de pesos. La inevitable Reforma Tributaria, con IVA a las nubes y gravando la canasta familiar, no le producirá ocho billones, pero si quebrará a los más pobres y a la clase media, cuando menos. El resto, veintidós, es faltante inmanejable, insoportable.
Retrocedió la generación de empleo, aumentó la informalidad, cayó la ocupación. En este año se perdieron cien mil empleos en los centros urbanos y el desempleo juvenil es el más alto de América.
La producción de petróleo cayó por debajo de los novecientos mil barriles (888.000) en Junio y no le quedan reservas al país sino para 4 años.
Acaba de negociar a los trancazos el fin de un paro camionero que produjo pérdidas por más de cuatro billones de pesos, que mató la agricultura, dañó irreparablemente la industria, trepó más el costo de vida y nos dejó con un transporte de carga que no compite con ninguno en el mundo.
Los venezolanos de origen colombiano se volvieron silenciosamente por centenares de miles y tuvo que cerrar la frontera, no para ayudar a Maduro, sino para esconder el espectáculo que daremos nosotros si seguimos la marcha hacia el Socialismo del Siglo XXI, a donde nos lleva con las FARC tirando del cabestro.
La salud está quebrada y no ha podido explicar quién se robó Saludcoop, cómo hicieron lo mismo con Caprecom y de dónde va a sacar recursos para equilibrar las finanzas de los hospitales.
Los colombianos no creen en el Congreso ni en la Justicia, en los partidos políticos y menos en el Gobierno. La desfavorabilidad del Presidente es del 72% y simpatiza con él el 16% de los colombianos, ni siquiera los empleados públicos con sus familias. Con ese patrimonio político tiene que lidiar estos y muchos otros enredos. Digámoslo sin rodeos: está caído y nosotros en la olla.