Todos los bogotanos, con muy pocas excepciones, sufrimos el peor susto de nuestras vidas: creímos, y había razones para creer que los vándalos iban a asaltar las casas de todos los estratos para robar las pertenencias de los habitantes y apoderarse de las cositas, muchas o pocas, de los indefensos capitalinos, algunos de los cuales decidieron armarse, válgame Dios, de palos y garrotes, para repeler a los vándalos. Las gentes de todos los estratos organizaron escuadrones de autodefensas, para evitar los robos, como los que se vieron por televisión y de los cuales fueron víctimas conjuntos residenciales y almacenes de todos los tamaños. Fue una noche de horror.
La noche del horror mostró algunos detalles que vale la pena tener en cuenta para el futuro: en primer lugar, la ciudad no cuenta con la suficiente fuerza de policía, las gentes están amenazadas por los vándalos, no se cuenta con los elementos para repeler a los bandidos, pero sobre todo, nos quedamos sin jefes. No se vio ninguno defendiendo a los capitalinos y sólo se conocieron las intenciones de politiqueros tratando de pescar en río revuelto, con fines electorales.
Los jefes de la derecha, que fueron los promotores de la negativa del plebiscito que buscaba la paz, brillaron por su ausencia. Los de la izquierda también desaparecieron, los demócratas se refugiaron en sus casas y los únicos que se vieron fueron los comandantes de las Fuerzas Armadas, gracias a los cuales no fue destruida la ciudad. Pero no aparecieron los culpables de la furia popular, los que proponen modificaciones en las pensiones, más impuestos y mayor represión. Un excandidato presidencial inclusive se refugió en una cama hospitalaria y no abrió la boca.
Se demostró, una vez más, que no existe el Chapulín que nos defienda. Cada uno debe asumir su responsabilidad porque la ciudad está en peligro y se acabaron los jefes, los que nos indicaban el camino y nos defendían. Solo hay ahora interesados en los votos y en la contratación estatal. Se fueron los caudillos, los ciudadanos estamos indefensos y sólo hay que gritar en busca de auxilio o pedirle ayuda a la Policía porque los caudillos desaparecieron: el promotor del odio no apareció y su presidente es un hombre ausente y asustado que no sabe qué camino tomar. No estaba preparado para afrontar una crisis y lo único que sabe es jugar con un balón y hablar de economía naranja. Pobre Colombia en unas manos inexpertas y asustadas. GPT