Se dice que los avestruces esconden la cabeza cuando hay peligro. Para los humanos, particularmente para los gobernantes ello es inexcusable. Por ello, que con la debida antelación se debe advertir a la población de las secuelas de esta criminal acción emprendida por Putin al invadir a Ucrania.
Lo primero a destacar es que la economía venía viviendo un grave trastorno producto de la pandemia, salvo en aquellos países en los que la ayuda del estado a sus ciudadanos fue considerable. Ello, salvo un par de excepciones no ocurrió en los países de Latinoamérica. De manera que la recuperación arrastraba dificultades.
Empecemos por consignar que Rusia y Ucrania tienen una gran injerencia en la producción de energía, alimentos y minerales. Así, aportan el 26% de las exportaciones mundiales de trigo, 16% de maíz y el 30% de la cebada, además del 80% del aceite de girasol lo que nos lleva a que ambos aportan el 12% de las calorías que se consumen en el mundo, teniendo Ucrania la superficie cultivable más extensa de Europa. De suerte, que los alimentos esenciales subirán de manera inevitable, generando molestia en los pueblos más pobres del mundo.
A lo anterior, se debe agregar que el barril de petróleo que llegó a transarse por debajo de los US$ 40 dólares hace un año, se ha más que triplicado llegando a US$ 120 dólares el barril, favoreciendo a los países productores, quienes a pesar de ello no podrán evadir la inflación. No debemos olvidar que Rusia es el tercer exportador mundial de petróleo y el segundo de gas, sustancia esencial para calefaccionar a Europa central, siendo Alemania el país más dependiente.
Pero ello no es todo. Como conocemos, los países de la OTAN al igual que otros, han decidido presionar y condenar a Moscú aplicándole sanciones económicas. La zona más afectada por la aplicación de ellas es la UE, ya que Rusia le aporta el 25% de sus necesidades de petróleo y cerca del 40% del gas natural que consume. Si bien sólo el 4% de las exportaciones europeas van a Rusia, el 45% de las exportaciones rusas se dirige a la UE siendo la energía un 62% de las mismas.
De otra parte, los precios del gas en Europa cuadruplican a los de un año atrás, generándose de esta manera una gran presión sobre la fabricación de fertilizantes y la producción de metales, ambos intensivos en energía. De este modo, el mayor costo de la energía no sólo eleva la factura energética (petróleo, gas, combustibles, electricidad) sino que también termina afectando las cadenas de suministro y la producción agrícola.
La situación podría agravarse si es que la guerra persiste durante varios meses y distintos países recurren a prácticas alimentarias proteccionistas: por de pronto, Rusia y Ucrania anuncian prohibición a la exportación de trigo y Argentina, Hungría, Indonesia y Turquía anuncian restricciones a la exportación de alimentos.
A todo lo anterior, se debe agregar el efecto combinado de la mayor demanda y las restricciones de oferta que han repercutido en niveles inflacionarios que no se veían en 40 años. En efecto, los actuales índices inflacionarios en USA y en la zona euro más que duplican el promedio de los valores entre 2003 y 2012. En el caso de nuestra región, la inflación en Brasil vuelve a los dos dígitos y en los casos de Chile y Colombia se acerca a ese umbral.
De manera que la geopolítica juega un rol crucial en esta deplorable guerra. Y nosotros latinoamericanos, tan alejados de los frentes de batalla igualmente nos veremos muy perjudicados.