En Bogotá se dio un gran debate sobre la intervención que la alcaldía mayor está haciendo en el parque del Japón, contiguo al barrio La Cabrera, la zona de mayor valor inmobiliario de la ciudad, donde, en consecuencia, vive la gente de mayor poder económico, o los que lo aparentan. Tres argumentos se han esgrimido en contra. Los vecinos del parque consideran que es un “crimen” ecológico talar unos árboles, que según la autoridad eran viejos y que serán sustituidos por nuevos árboles. Es el argumento ecológico que hoy se usa para todo, sobre todo por aquellos a quienes poco les importa la ecología, como no sea para lograr sus intereses. La administración dice es que a los vecinos lo que les molesta es que la nueva cancha de fútbol 5 y los juegos que se van a instalar van a atraer mucha “chusma” a una zona residencial de estrato alto. El segundo argumento es que los vecinos deben participar en la decisión, y dependiendo de quien hable, el asunto va desde los que afirman que basta la llamada socialización del proyecto acogiendo comentarios, hasta los que exigen aceptación unánime, lo cual en realidad inmovilizaría la gestión de la administración. El tercer argumento es que se deben respetar las zonas residenciales, no permitiendo ningún otro uso. Y este es el punto en el que quiero profundizar, aunque los dos primeros tienen más adeptos, el que vamos a analizar es más estructural.
El desarrollo urbano de ciudades segregadas por clases socio-económicas (los estratos que llamamos en Colombia) y usos no residenciales se potencializó en la época victoriana, cuando el imperio británico era una monarquía con clase cortesana privilegiada en lo económico, social y político. Es así como usualmente las zonas centrales de la ciudad se dejaban como lugar de residencia de los notables, donde disponían de todos los servicios públicos, dejando las zonas externas de bajo desarrollo a las clases obreras, con servicios restringidos. Este modelo se exportó con el colonialismo a América Latina donde se convirtió en un sesgo cultural y una aspiración de todo ciudadano, que aspira a vivir en una zona “reservada” solo para él, con acceso restringido de los estratos bajos y otras formas de uso del suelo, como no sean parques “exclusivos” o “vistas ecológicas exclusivas”. Las ciudades colombianas, encabezadas por Bogotá, que es la campeona en eso, de ahí que tenga tantos resentidos, son absolutamente segregadas, y el total de sus habitantes “lo entiende”, lo cual es lo más grave. Es un sesgo cultural.
El problema es que la sobrepoblación actual y la creciente urbanización, hacen que en las ciudades escasee la tierra y obligue a “compactar” las ciudades, densificándolas, y obligando a crear sistemas de transporte público “realmente” integrados, que limiten el transporte privado por satisfacción del servicio público, no por decisión de un burócrata todopoderoso. A su vez, eso obliga a la mezcla de usos y de estratos en el suelo urbano, que es el modelo actual hacia el que están apuntando muchas ciudades europeas y asiáticas, y también, aunque con menor impulso, algunas ciudades en los Estados Unidos. Pero en Colombia seguimos “culturalmente” convencidos que lo “lógico” es la ciudad victoriana, pero con transmilenios.
A eso ayudan las administraciones locales que no son capaces de orientar, por ineptitud y corrupción, un cambio en el modelo urbano, sino que basan su actuar en la “prohibición”, reflejo de la incapacidad de cambiar el régimen, dañando cada vez más la calidad de vida. Y claro, como los ciudadanos no están obligados a cumplir las estupideces administrativas en transporte urbano, se mueven a otros modos de transporte más económicos y menos insufribles, como las motos, que hoy se volvieron un “problema” para esos burócratas que ya empiezan a prohibir. Y como el desarrollo del transporte afecta el uso del suelo, pero eso tampoco lo saben o les importa, el desarrollo urbano es caótico, y los burócratas buscan controlar ese caos con prohibiciones legales; por eso nuestras ciudades son “inmanejables”, dicen los profesionales de la política y sus áulicos, los medios de comunicación.
La segregación hace que aún permanezcamos como uno de los países más inequitativos del mundo y sin esperanza. Y usamos la ecología, la participación ciudadana y la defensa de “derechos adquiridos” como excusa para la segregación, utilizando para seguir así, la administración urbana por “prohibición” de ejecutivos públicos incapaces y con agenda propia. Cuando Usted oiga a los burócratas hablar de desarrollo sostenible, sepan que eso solo es un eslogan para inocentes que viven en ciudades segregadas.