Juan Manuel Santos se quisiera ir para cualquier parte. Porque se le vino entera la cosecha de la semilla que ha sembrado en estos años. Y es demasiado, todo junto, para el pobre.
Por supuesto que no tiene la culpa de la muerte de Fidel Castro. Pero tiene que cargar con el muerto. Si va al entierro, queda en evidencia su admiración por un tirano, que ya es mucho, pero su respeto por el más grande asesino que ha padecido el pueblo colombiano. Santos puede “edulcorar”, como ahora dicen, el tema, pero no puede hacernos olvidar las acciones que tuvo Castro en el 9 de abril de 1948 y los atroces años que le siguieron. Ni tiene cómo esconder que fue Fidel el impulsor definitivo de las Farc y el creador, inspirador, gerente e impulsor del Eln, del Epl, del M19, sin contar lo que hizo para armar los inolvidables bandoleros de comienzos de los años sesenta.
Pero si falta a la cita, lo van a vapulear de lo lindo los mamertos que simpatizan con el canalla caribeño. Todos saben de la cercanía de Juan Manuel y de su hermano Enrique con el tirano de Cuba. Y los problemas que tiene para ocultar que Castro fue el director de la orquesta de los diálogos y el ejecutor de los Acuerdos Finales fatídicos. Pero una cosa es que se tenga eso bien sabido y otra que no tenga más que reconocerlo. ¡Quién estuviera en Oslo!
Eso le ocurre cuando manda al Congreso el último de los acuerdos firmados con Timochenko, que no solamente son una catástrofe para la Nación, sino que refrendarlos es asunto de la competencia exclusiva del pueblo soberano. Burlarse así del Constituyente Primario, y validar el Acuerdo por la institución más desprestigiada en Colombia, es bebida que no quiere apurar. Pero le tocó. A estas alturas no tiene más remedio que culminar el Golpe de Estado que ha venido tramando.
Para este indigno propósito cree contar con la mayoría parlamentaria. Pero sabe que no tiene el entusiasmo de nadie. A regañadientes le manifiestan su solidaridad. Pero no hay congresista amigo que no busque la puerta de salida a la hora de la votación. Cada uno sabe que esa no es buena mercancía para vender en las próximas elecciones. Y le sacan el cuerpo, como su Vicepresidente Vargas Lleras, que viaja a la Costa el día de los actos del Colón. Es mucho más importante regalar doscientas casitas que ver la firma de ese papelucho infame.
El Partido Conservador no lo acompaña. Esas lealtades fingidas de parlamentarios comprados, no cuentan en la política. Que no descanse en ellas.
Sumen al Centro Democrático y se esfumaron las mayorías. Como quedó a la vista cuando la simple votación para incluir el asunto en el orden del día del Congreso, pasó raspando con 54 votos en el Senado, dos más que los indispensables. Y ese es apenas el comienzo.
Pero la semana trágica remata con la Reforma Tributaria. Con ese proyecto logró el Gobierno lo impensable, cual fue unir a todos los colombianos, los gremios, los políticos y hasta los curas. Hace tiempo no había esta clase de unanimidad por nada. Y sin esa Reforma, Santos está perdido. Las calificadoras de riesgo andan con la pluma en ristre para escribirle la calificación negativa, la pérdida del grado de inversión.
Sumen todas estas cosas y convengan en que la semana que empieza será de las peores que Santos haya vivido en su Gobierno. Lo que no es poco decir. Y la peor entre muchas amargas que vendrán. Con el sol en las espaldas el Presidente descubre que no ha tenido más que amores comprados. Uno de esos que como dice la canción, ni sabe querernos ni puede ser fiel.
Acabada la mermelada, se acabaron las abejitas que giraban en torno. Así que sumen: ni mayorías, ni lealtades, ni plata para comprarlos. La noche se vino encima.