Mayo trajo novedades inopinadas. De un lado, la Corte Constitucional despenalizó el suicidio asistido médicamente siguiendo el camino de la despenalización del aborto, del matrimonio igualitario y la adopción por parte de homosexuales. Son temas que las sociedades deben superar, como lo ha hecho Colombia. Gastan una energía política y social desproporcionada en comparación con el número de verdaderos beneficiados. Enredan los demás debates y no dejan espacio suficiente a los asuntos críticos de largo plazo de una sociedad. Una vez solucionados, baja la marea y el panorama de debate queda más límpido y con mayor capacidad de concentración por parte de quienes toman las decisiones.
Del otro lado, la votación de ayer muestra una sociedad fatigada de la confrontación entre los mismos protagonistas sin que ello implique avanzar en soluciones a las tensiones: encierro; retroceso económico y aumento de la pobreza; pérdida de peso internacional; altísimo endeudamiento del estado; alta inflación y altas tasas de interés; desequilibrio fiscal insostenible; retroceso en el avance para lograr una mayor igualdad e inclusión; y parálisis rural a pesar de los altos precios de lo que sí producimos. La no implementación sincera de los Acuerdos de Paz, trajo un grave de deterioro de la seguridad: alza del 3% en los homicidios y de su tasa por cienmil habitantes. El secuestro extorsivo ha subido 6% en los dos primeros meses del año, el hurto a personas el 18% y los policías y soldados heridos han aumentado 16%.
Estos elementos movieron a los votantes, como lo hacen los de cualquier país desarrollado y democrático, a buscar opciones por fuera de lo tradicional. Buscan “outsiders”, “forasteros”, liderazgos que les permitan ensayar actores y escenarios. En términos estrictos, la democracia colombiana se comportó como las más aprestigiadas del mundo. Eso hicieron los EEUU al elegir a Trump y los australianos a Anthony Albanese. Es lo que harán los británicos en la etapa post-Johnson y lo que ya decidieron los chilenos con Boric. Brasil parece ir en dirección de Lula, fatigados de Bolsonaro y sin nuevas figuras. Los regímenes autoritarios son los que aparentemente no corren ese peligro de la novedad y mantienen sin tregua guiones y actores. También les llegará su hora de cambiar, en estos tiempos de comunicación masiva e imparable por el estado. Los que han ganado en un contexto de cambio, lo han hecho con las redes, la irreverencia, el lenguaje crudo y el ataque a lo establecido. El 29 de mayo en Colombia perdieron los
partidos, sus líderes y sus propuestas. Ganó la extrema conocida y también lo desconocido, lo novedoso aunque sea viejo. Venció la fatiga colectiva todavía caudillista.
No ganó Petro. Su votación fue la mayor, pero aparece como representante del establecimiento mientras Rodolfo es la novedad. En su discurso de la noche de elecciones, el director del Pacto Histórico apareció diciendo que había que votar por él porque se sabe que viene. La otra opción la calificó de “suicidio” porque nadie conoce verdaderamente cómo sería un gobierno del Ingeniero. Qué sorpresas da la política. Petro, joven, representando lo viejo. El Viejo Hernández, lo nuevo.
Llegan tres semanas de averiguación intensa de los votantes sobre quién es en realidad Hernández. Que no sepa dónde queda el Vichada no le impidió ganar allí. Pero queremos saber qué hará con la inseguridad, la inflación, el desquilibrio fiscal, la parálisis del campo, la desigualdad, la justicia, el papel de Colombia en el mundo. Queremos conocer su gabinete y que nos detalle su programa contra los corruptos que ya deben tener la contra lista. Queremos oír a su vicepresidenta.
De Petro ya lo sabemos todo: sus propuestas son catastróficas aunque se retracte. Petro es el suicidio. El Viejo puede ser un suicidio, pero, asistido sin penalidad por los mejores profesionales para evitarle al paciente dolores insufribles, puede ser el relevo anhelado.
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