El mundo entero celebró la semana pasada el día de la bicicleta, no porque ese día se conmemore algo especial en relación con ella, sino para dedicar un día a un vehículo sano, saludable y buen amigo. La ONU decidió homenajear a la bicicleta por su aporte al medio ambiente, a la salud humana y al deporte. Un vehículo que es de bajo precio, no echa humo, no hace ruido, no forma trancones, no causa accidentes, no exige mantenimiento costoso y sus repuestos son económicos. Merecido, por tanto, el homenaje.
Dicen los que viajan a otros países, que en Europa mucha gente utiliza la bici como medio de transporte urbano. Aquí, al contrario, cada día la gente compra más carros y más motos. “Regálame una moto”, le pide la amante al amado. “Yo quiero un carro”, le dice la mujer al esposo. Nadie pide una bicicleta para transportarse, para ir a la oficina, para ir de compras o para ir a la universidad. Aunque en la historia se han dado casos. Dicen que Alberto Lleras Camargo, después de haber sido presidente de la República, fue elegido concejal de Chía, un pueblo de la sabana de Bogotá, y que asistía al Concejo en bicicleta. ¡Todo un ex presidente de Colombia! ¡En bicicleta! ¡Cómo ha cambiado el mundo, Virgen Santa!
En Cúcuta conozco un caso. Sólo un caso. Y aunque ya me he referido a él, lo comento de nuevo, porque es un ejemplo para todo el mundo. El doctor Timoteo Ánderson, hombre sabio, historiador, escritor, predicador de los buenos porque además de la palabra predica con el ejemplo, sencillo, sin ínfulas, de habladito medio agringado que domina varios idiomas, se moviliza por la ciudad en una bicicleta viejita, descascarada, con pintas de óxido y llantas comunes y corrientes. Timoteo, siempre sonriente, siempre amable, cumple todos sus compromisos académicos, culturales y religiosos, a lomo de cicla. Su único pecado es que no deja de ser iluso. Cree que, en una ciudad tan insegura como la nuestra, no ha de faltar alguien que pueda robarle su cicla y siempre la encadena al poste o a la reja del edificio donde se baja. Cuando sale de la reunión, allí encuentra su vieja bicicleta, amarrada, sumisa, sin que ladrón alguno se haya siquiera fijado en ella. Timoteo suspira agradecido, eleva sus ojos al cielo y da gracias a
Dios.
El día en que haya dos, tres, muchos Timoteos, movilizándose en bicicleta, no como deporte sino como medio de transporte, podremos decir que de verdad llegó el cambio. Ese cambio que todos anhelamos. Cuando el gobernador y sus empleados, el alcalde y sus secretarios, y el obispo y sus curas anden en bicicleta por las calles, habremos dado el salto hacia un nuevo mundo.
Estoy seguro de que si Jesús, nuestro Salvador, volviera a nacer, no andaría en lujosos carros ni en motos estruendosas, sino en una humilde bicicleta, como la de Timoteo, su buen discípulo.
Imagínense conmigo esta escena: Domingo. Jesús debe ir a predicar a orillas del río Zulia, donde lo esperan los arroceros y los pescadores de rampuches. De pronto le repica el celular a Timoteo:
-Sí, a la orden.
-Ala, Timo, te habla Jesús.
-¡Maestro! ¿En qué puedo servirle?
-Imagínate que tengo una predicación y la bicicleta me amaneció pinchada y los frenos están molestando. ¿Me prestas la tuya?
-Claro, Maestro. Espero y le echo una limpiadita porque con esta llovedera y tantos charcos en las calles, la tengo súperembarrada. ¿A dónde se la llevo?
-Tranquilo, yo paso por ella.
¡Como para una película!
gusgomar@hotmail.com
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