La posición del Gobierno frente al pliego de peticiones salariales de un millón doscientos mil empleados públicos del país deja ver una vez más la reiterada violación de sus derechos.
Con la indignante propuesta presentada de aumento del 0.15% sobre el índice de precio al consumidor (IPC) que cerró año con 5.75% los salarios de todos estos servidores públicos quedan dentro de una aberrante desigualdad frente a los otros funcionarios del gobierno que ya tuvieron un aumento del 7.7% incluido el presidente.
La mesa de negociación que se está adelantando ya está enmarcada dentro del ambiente de paro. Para el próximo abril 26 las centrales obreras están llamando a la movilización en un mecanismo representativo de inconformidad ante la fórmula planteada.
Lo deseable es que los convenios lleguen a feliz acuerdo consolidándose la concertación, el dialogo pero siempre con el objetivo de ofrecer un trabajo digno según preceptos de la Organización Internacional del Trabajo.
Debemos estar conscientes que la regla del estado es la disminución de costos pero estos no deben ser en detrimento del empleado. Y lógico, también, que los manejos a las peticiones colectivas deben ser mesuradas y no convertirse en óbice que conduzca a la adopción de posturas inflexibles. Tanto lo uno como lo otro perjudica.
Porque si reconocemos que todos debemos aportar en disminución del gasto del erario público, también lo es que ante los privilegios que ostentan los miembros del gobierno y los continuos escándalos de corrupción los ciudadanos nos preguntamos ¿y dónde queda la austeridad del gobierno?
Colombia está viviendo un momento histórico en la adopción de conciencia colectiva. Los colombianos estamos hastiados de tanta corrupción y de ver en las dependencias del congreso y en ministerios los mismos rostros que durante décadas han mantenido el poder y que lo siguen perpetuando con sus hijos, esposas o familiares. Ese despertar se palpa en el diario vivir, en las tertulias de amigos, en las reuniones de trabajo, en las tiendas, en los buses, en fin todos los espacios y todas las mentes honestas de nuestro país.
Pero es necesario que estos pensamientos de cambio se reflejen en la realidad, y para esto el ciudadano tiene que ser activo, participar, indagar, preguntar, cuestionar y sobre todo votar. Votar por aquellos rostros que no han sido mancillados por la corrupción, que hayan demostrado valentía para enfrentarse a los grupos o mejor “caciques” de la política que durante años han dominado la escena del gobierno.
Ese es el primer paso, vencer la abstención. Es imperativo que los ciudadanos se manifiesten y el próximo año está la oportunidad para demostrarles a todos estos personajes que el pueblo ya no se compra con mercados para un día, que el de ahora, la nueva generación exige la adecuada inversión de recursos en educación, salud, y empleo. ¡No nos convirtamos en títeres.