Guido Pérez heredó de su padre el amor por el campo. Y entonces uno se explica el cultivo de orquídeas al que Guido se dedicó durante algunos años y que lo hicieron famoso en Chinácota y más allá de sus alrededores. Irma las cuidaba, Silvia y Cata les ponían la ternura de sus manos, y Guido les hacía poemas y las hacía florecer. Llegaba mucha gente, admiraban la belleza y variedad de las orquídeas y se sacaban fotografías. Nadie compraba, pero nadie regresaba sin orquídeas.
Después –poeta, al fin y al cabo- le dio por la ventolera del restaurante para pájaros. Guido les hacía casitas en los árboles de su parcela, les arreglaba comedores, les endulzaba el agua y los protegía de los gatos. En pago, los amaneceres se llenaban de cantos de turpiales, de azulejos, de palomas torcaces, de picoeplatas, de golondrinas y de cucaracheros. Toda una orquesta inundaba la casa y aquello era un concierto de flautas, violines y guitarras, cuyo director –no me queda la menor duda- era el mismo Dios, que se escabullía del cielo para alegrarles las mañanas a Guido y su familia.
De su papá –que además de agricultor fue hombre público- heredó también el amor por los códigos y por los puestos públicos. Guido fue abogado y ocupó cargos desde ser un modesto director de publicaciones en el Incora hasta llegar a la Cámara de Representantes, pasando por el Icetex, miembro de juntas, gobernador encargado y otros altos cargos.
Guido también dejó huellas en la Academia de Historia de Norte de Santander, de la que fue directivo y director de la revista institucional, la Gaceta Histórica. Huellas que de igual manera quedaron plasmadas en las Academias de Historia de Ocaña, de Boyacá y del Estado Táchira en Venezuela, y en los Centros de Historia de sus dos pueblos, Chinácota y La Playa de Belén. Fue un investigador, esculcador de documentos y descubridor de verdades históricas.
Pero, sobre todo, fue protector de artistas, de poetas y de aprendices culturales. El poeta Alonso Velásquez, por ejemplo, cuenta, agradecido, del apoyo que recibió de Guido para continuar por el camino de las letras, y así otros. Conocí a un pintor, Alberto Borrero, cuyos cuadros Guido mismo le ayudaba a vender. Les daba la mano solidaria a sus amigos y, si le tocaba, se metía la mano al bolsillo para aliviar alguna necesidad ajena. Guido derramaba amistad a manos llenas.
Huellas, siempre huellas. Es esa la explicación por la cual un grupo de amigos y parientes se dio a la grata tarea de hacerle un homenaje, mediante la edición de un libro que recogiera voces y testimonios de quienes estuvieron cerca de Guido. Alrededor de la convocatoria de Luis Mariano Claro Torrado, se unieron escritores, políticos, periodistas, docentes, sacerdotes, amigos, poetas, gente joven, gente mayor y familiares.
De allí salió un libro con un título muy diciente: “Tras las huellas de Guido Antonio Pérez Arévalo”, cuya presentación se hará en La Playa de Belén, este sábado 6 de noviembre, en la Fundación cultural del pueblo, que Guido mismo ayudó a crear.
Huellas para mostrar, para recordar, para ponerlas como ejemplo. Para que el nombre de Guido Antonio Pérez Arévalo, uno de los personajes más brillantes de La Playa de Belén y de la región de Ocaña, no se pierda en el olvido. Tal vez su tumba se llene de orquídeas como de responsos, y tal vez del cielo lleguen avecillas a cantarle a su benefactor de otrora, que les ofrecía agua endulzada y amistad, a cambio de serenatas mañaneras.
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