Recordando mis ya añejos conocimientos de zootecnia, les tengo una propuesta a los diseñadores del documento Conpes 3798, mejor conocido como “Acueducto Metropolitano de Cúcuta”: que de ahora en adelante se le conozca como el “Conpes elefante”; no tanto por recordar la expresión tan comúnmente conocida entre nosotros, especialmente en el sector público de “elefante blanco”, sino por su larguísimo periodo de gestación.
Recuerdo como si fuera ayer la ceremonia que encabezara el señor presidente de la república el 14 de enero de 2014, cuando haciendo caso omiso a miles de voces en contra y desde el Templo Histórico de Villa del Rosario, nos anunció a los nortesantandereanos dos “importantes” e “históricas” noticias, ambas terribles para el futuro competitivo de la región. La primera tiene que ver con la antinatural determinación de traer bombeada, de por vida, el agua para Cúcuta y su área metropolitana; y la segunda -consecuencia de la anterior-, posponer por décadas nuestra justa aspiración de contar con una verdadera obra de infraestructura pública que dinamice la economía regional como es la regulación del caudal del río Zulia con sus múltiples beneficios y que bien debería llamarse Cínera, en honor a nuestros ancestros.
Sobre si los términos descritos en el mencionado Conpes elefante se cumplirán, solo el tiempo lo dirá, pero lo cierto es que ni los ya clásicos regaños del vicepresidente Vargas Lleras o la perentoria advertencia del ministro Cristo a los diputados para que agilizaran la ordenanza que le dio vía libre a la empresa Acueducto Metropolitano de Cúcuta se diera, e inclusive ni las precisas indicaciones hechas por el presidente Santos en su última visita a la ciudad, han logrado que después de tres largos años se instale tan siquiera la primera piedra.
Lo cierto y, sin ambages, es que después de tantos inconvenientes y con ya tres aniversarios a cuestas, el proyecto no fluye, entre otras cosas porque fue concebido sobre la marcha y con el ánimo primitivo de ejecutar recursos sin detenerse mucho a precisar sus alcances, máxime cuando se trata de la determinación más importante de los últimos tiempos en el departamento.
Los habitantes de Norte de Santander nunca hemos conocido suficientemente el estudio de alternativas que contrató Ecopetrol que nos condenó al bombeo sin siquiera segunda instancia (¿a usted amable lector lo han invitado a su socialización?) y menos en qué momento ese error conceptual arrastró - además de los $188.532.000.000 de la estatal petrolera - importantes recursos del departamento y la Nación ($50.000.000.000 y $100.000.000.000, respectivamente), gigantesca bolsa que desde ya se advierte claramente deficitaria, tal y como lo ha venido expresando el propio presidente de Ecopetrol, Juan Carlos Echeverry.
Esa desafortunada determinación fue absolutamente política y no puede ser que el único argumento que se tome como válido frente a otras propuestas, sea el consabido ¿ya para qué? A Ecopetrol, aunque ahora creo que es realmente a su filial Cenit (dueña del oleoducto Caño Limón-Coveñas), le asisten muchos más compromisos con la región que el mero hecho de entregarnos un sobredimensionado plan de contingencia, cuya sola cifra -conservadora por demás- espanta: $500.000.000.000), y que de pronto ni se necesite. Aquí no incluyo por supuesto su costosísima operación que correría a cargo del usuario.
El agua para Cúcuta se puede traer ya desde el río Zulia por gravedad -inclusive en primeras, sin embalse - desde la cota 600 MSMN, a muy pocos kilómetros del parque Santander.
Nota: ¿por qué creen ustedes que después de más de treinta años de haber sido concebido el Acueducto Río Zulia con diseño de 2,0 M3/s, solo bombee 0,8? Nunca es tarde, cuando el compromiso es acertar.