Se cumplen dos centurias desde la creación del documento que daría vida republicana e independiente a Colombia.
Y por coincidencia histórica y geográfica le correspondió a Villa del Rosario y su vecina Cúcuta ser la madre que parió el histórico acontecimiento.
Deben venir, o mejor dicho, les toca hacer presencia a las máximas autoridades administrativas y políticas en la celebración con los respectivos discursos trasnochados y promesas de reivindicación y seguramente de glorificación a los próceres y afines que nos dieron la libertad. No faltarán las consabidas promesas veintejulieras de mejorar las condiciones de vida y el bienestar de los gobernados.
Muy de malas pues les tocar dar la cara en una de las zonas más deprimidas y conflictivas del país. La parafernalia militar que acompaña estos acontecimientos, asegurará que nada malo suceda a los ilustres visitantes pero se retirará cuando el espectáculo multicolor acabe y nos quedaremos los locales cuidando que la casa del general Santander no se mancille y que el documento sea preservado para la eternidad…
No se puede hablar de celebración; es una conmemoración, es decir, recordar un suceso. Se celebran los triunfos. De orden deportivo, social, político, académico. No podemos celebrar que una patria enferma empeore porque la medicación y los cuidados a los que es sometida, provienen de personajes impreparados, improvisados y puestos a su cuidado por terceras autoridades con pasado oscuro e intenciones malévolas y egoístas.
No se puede tampoco celebrar que un puñado de personajes elitistas se haya perpetuado en el poder desde la creación de la república; lo único que interesa a esta manguala de depredadores es administrar como propio lo que pertenece a todos.
Llegarán, estorbarán unos días, afortunadamente; se tomarán fotos, sonriendo enfundados en sus elegantes trajes de celebración; ojalá que sus obligados tapabocas aguanten la verborrea promesera y sus sempiternos discursos mientras los de abajo nos quedamos esperando un verdadero líder que nos saque del atolladero y nos devuelva la supuesta dignidad que significa una carta constitucional escrita con sangre de nuestros héroes.