La pandemia letal COVID-19 o coronavirus llegó con fuerza devastadora y tiene atrapada a la humanidad en una perspectiva impredecible. Nadie se salva de su inclemencia. Las naciones, aún las de mayor desarrollo y poder económico, no cuentan con las defensas suficientes ante su magnitud, en algunos casos por subestimación de la gravedad que representa, por omisión o indiferencia.
La reacción, de todas maneras, sí responde a un común denominador: la defensa de la vida. Las disposiciones gubernamentales son de control y de búsqueda de antídotos o vacuna para evitar la multiplicación del contagio y por consiguiente la muerte colectiva. Las estadísticas de víctimas iniciales son inquietantes.
A pesar de lo negativo de la enfermedad que transmite el Coronavirus ha reivindicado el valor integral de la existencia. Ha depurado la noción de la vida y lleva a entender mejor su utilidad creadora y la necesidad de protegerla contra todo cuanto pueda asediarla y exponerla al aniquilamiento.
Hay una comprensión generalizada ahora sobre la vida. Pareciera ser que nadie se aparta de ese aserto. ¡Enhorabuena!
Lo que sigue es mantener con igual énfasis la defensa de la vida. Esto debe hacer sostenible la convivencia y al mismo tiempo eliminar la propensión al odio y al revanchismo con que se estimula la violencia.
Construir cotidianamente espacios de paz debe ser un ejercicio ciudadano rutinario. Lo cual ayudará al fortalecimiento de la democracia y a un mejor aprovechamiento de los recursos comunes.
La paz es un soporte fundamental para ponerle armonía y coexistencia a las naciones. El planeta debe tener un rumbo de acierto, articulado a posibilidades de crecimiento cultural y de desarrollo social en niveles óptimos, a partir de una economía próspera basada en inclusión y la equidad.
La estimación de la vida impone responsabilidades muy puntuales a todos. Impone obrar sin mezquindad, pero, sobre todo, poner la existencia en la vertiente de la libertad y darle validez efectiva a lo que sustraiga a la sociedad de discriminaciones, mordazas, prejuicios y demás baratijas acuñadas por una concepción distorsionada de la existencia humana, reducida por algunos a la degradación perversa.
La afortunada coincidencia en la protección de la vida ante el flagelo del Coronavirus, desde la aplicación del conocimiento científico, hasta la gestión de gobernantes con políticas públicas y la cooperación generalizada, es una alianza que debe consolidarse. Es un nuevo aire destinado a salvar la especie en el planeta. Es la savia de una cultura en gestación, contra la barbarie, la avaricia, el egoísmo y tantas otras formas de opresión con que se ha ultrajado la vida.
Esta corriente ha despegado en respuesta a la pandemia del agresivo virus. Es una apuesta de humanización y debe entenderse que es el rechazo a todas las violencias, a las guerras, a la riqueza rapaz, a la destrucción de los recursos de la naturaleza. La vida debe contar con la garantía de la dignidad y esta es la suma del reconocimiento de derechos burlados y desconocidos por los esclavistas de siempre.
Colombia debe ser activa en esa comunidad renovadora, con claridad sobre las responsabilidades que impone este salto histórico.
Puntada
La “Ñeñe política” es otro virus con poder corrosivo en Colombia. Los que recibieron su contagio ahora se esconden, o niegan a quienes fueron sus peones de campaña o sus aliados, como para que no se conozca la verdad.
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