Al presidente Nicolás Maduro se le ha ocurrido la peor idea para acallar a la oposición: meter en la cárcel al principal vocero de los críticos del gobierno, el dirigente Leopoldo López, quien ha dado muestras de valentía, temple y voluntad, virtudes que lo catapultan como una esperanza para la democracia, eso si al ilustre mandatario venezolano no lo tienta la idea de librarse de él definitivamente, algo que puede ocurrir en cualquier momento en una cárcel en la que no existe ningún control, ni vigilancia de las personas que no comulgan con las proezas chavistas, que tienen sin alimentos y ni siquiera papel higiénico a los resignados venezolanos, que afrontan una nueva dictadura, similar a la de otros personajes que han ocupado el palacio de Miraflores en épocas pretéritas.
Obviamente, a Maduro no se le puede pedir que conozca la historia y mucho menos que sepa los peligros de convertir en mártir a su principal crítico, pues si lo supiera no habría cometido el error de meterlo en la cárcel porque lo volvió, como decía el Chapulín, sin querer queriendo, en próximo ocupante de la primera magistratura de Venezuela, que en épocas pretéritas soportó dictaduras como la de Pérez Jiménez o Juan Vicente Gómez o Hugo Chávez, tres de los tantos sátrapas que ha tenido la patria de Simón Bolívar, país condenado a los malos gobiernos, entre los que se encuentran los de personajes muy cercanos a Colombia como Carlos Andrés Pérez, defenestrado por los malos manejos de amiga que le ayudó a desbaratar las finanzas públicas.
Entre los casos dignos de recordar en la historia de las víctimas de las tiranías se encuentra, en primer lugar, el cristianismo, una religión que se construyó con base en el sufrimiento de sus mártires, algunos de los cuales fueron devorados por las fieras, otros crucificados y varios más arrojados a los gladiadores para que se divirtieran con ellos.
En lugar de acabarlos, los cristianos terminaron siendo los dueños de Roma y fundaron la inmensa iglesia que ha llegado hasta nuestros tiempos.
Otros genios decidieron acabar con el nazismo y metieron preso a su cabecilla, Adolf Hitler, quien aprovechó ‘’el canazo’’ para escribir un libro, Mi Lucha, en el cual fijó las bases de un movimiento que casi acaba con el mundo y ocasionó sesenta millones de muertos.
También hubo dictador que metió en la cárcel a Fidel Castro, con el resultado que sabemos. Otros presos ilustres son Nelson Mandela, Pepe Mujica, Antonio Nariño. En fin, la lista es larga.
El resultado de la persecución a los disidentes es el mismo: el tirano cae por fin y el prisionero llega al poder por la fuerza de los acontecimientos. El final feliz ha ocurrido muchas veces y no es extraño ver con la banda presidencial en el pecho a quien tuvo antes las cadenas y los grillos. Entre los casos que recuerdo merecen mencionarse los de los cristianos que de perseguidos pasaron a ser los dueños de Roma, lo mismo que los secuestrados de la guerrilla quienes después de su liberación se convirtieron en parlamentarios, gobernadores y alcaldes. Inclusive se han visto algunos rehenes de la guerrilla en foros internacionales y en actuaciones ante organismos famosos, donde han narrado sus sufrimientos y penurias, que dan materia hasta para una novela.
Pero Maduro la sacó del estadio, como se dice en béisbol. Los alemanes habían encerrado a sus enemigos en unos campos de concentración en los que los dejaban morir de hambre. Nuestro ilustre vecino encerró a todo un país, que no tiene comida, ni dinero, ni siquiera papel higiénico. Nadie puede salir de Venezuela a no ser que consiga un helicóptero. Claro está que ya habían encerrado a otras naciones, detrás de un invento socialista que fue bautizado ‘’la cortina de hierro’’, pero hace mucho no nos había tocado a los colombianos soportar un aspirante a dictador en nuestras fronteras. Para nosotros es flor exótica porque aquí el último dictador fue el general Rojas Pinilla, quien duró solo cuatro años, mientras los vecinos tienen el récord mundial de sátrapas. Pobres víctimas.