En la revista Foreign Affairs en su edición de agosto de 2016, Raúl Gallegos, analista senior para la región andina para la firma consultora Control Risks y autor del libro “Crudo nacional: como la riqueza del petróleo arruinó a Venezuela”, trae un artículo titulado la “Adicción de Venezuela” que da una cifra increíble: en el período 1999-2014, Chávez y después Maduro gastaron 1,3 millones de millones de dólares, hechos los ajustes por inflación de los respectivos montos, equivalente a trece planes Marshall que fueron los recursos para la reconstrucción de Europa después de la segunda guerra mundial. Ese es un crimen de estado que llevó a Venezuela a la ruina de la mano del chavismo. Y hoy todavía se oye que Chávez era mejor que Maduro. Y pasa a explicar que esto de Chávez ya ha pasado en Venezuela, una y otra vez, porque el tema es socialmente estructural. Es interesante ver los argumentos que trae, por lo que aplican a una Colombia de postconflicto cada vez más metida en el discurso izquierdista populista y
para Cúcuta por lo que hemos aprendido de “nuestros vecinos”.
Dice Gallegos, que los venezolanos continúan votando por populistas, por una razón simple y arraigada culturalmente, digo yo, y es que ellos “merecen los subsidios” porque son ricos en petróleo. Lo oímos a Carlos Andrés Pérez, a Rafael Caldera y a Hugo Chávez hablar que esta riqueza era del “pueblo” y en su nombre se la “perratearon”. Esos subsidios se reflejan, dice Gallegos en una burocracia gigantesca e inútil, gasolina regalada, subsidios de alimentación y servicios públicos, tasas de interés artificialmente bajas y una tasa de cambio sobrevaluada. Y concluye con una frase lapidaria: “En resumen, los venezolanos creen que ellos deben disfrutar de la vida cuando los precios del crudo son altos porque saben que cuando los precios caigan, ellos quedaran sin nada”. Y agrego yo: creen que los precios del crudo siempre vuelven a subir y volverá la “riqueza”. Concluye Gallegos diciendo que esta adicción a la “riqueza petrolera” arruina cualquier posibilidad de hacer políticas públicas serias.
Pasa Gallegos después a explicar el círculo vicioso que consiste en gastar la riqueza petrolera (no invertirla sino perderla en gran corrupción), y cuando ésta se acaba, se para cualquier inversión que hubiera, usualmente baja y a endeudarse. Cuando se acaban las fuentes de producción de riqueza se monetariza el problema y se empieza a imprimir papel moneda. Cuando la inflación crece producto de todo lo anterior, se hace control de precios de los productos básicos, haciendo no rentable producir y llevando finalmente a la paralización del sector empresarial. Fijar la tasa de cambio para impedir salida masiva de recursos, agrava el problema encareciendo el dólar y por tanto las importaciones de que viven por la falla del sector productivo. Ello concluye en la suspensión del crédito, desabastecimiento y pérdida total del valor de la moneda. Eso llevó al caracazo, con un presidente de derecha y volvió de la mano de un presidente de izquierda; populista es populista sea del lado que sea.
No hay mesías, hay instituciones serias.
La riqueza petrolera también ha afectado el desarrollo político: “las fuerzas militares llegaron a ser una institución peligrosa para la sociedad, que está dirigida por generales que nunca han luchado una guerra, pero demandan recursos para tener poder sobre los civiles”, termina Gallegos. Venezuela es un ejemplo de que no hacer con las bonanzas de materias primas. Esto que se repite una y otra vez, debía llevar a los ciudadanos a votar por líderes responsables, pero la gente espera el siguiente populista.
Colombia no es rica en petróleo pero actuó como si lo fuera. El gasto estatal pasó, desde la constitución del 91, de cerca de un 35% del PIB a ser el 55% y todavía buscan reformas tributarias para aumentar el gasto. El estado puede ser el peor enemigo del pueblo, así los populistas y mamertos digan lo contrario. Colombia no es Venezuela, pero está en ese lote.
Y Cúcuta se acostumbró a vivir de los subsidios venezolanos, como si esa fuera una estrategia de desarrollo y espera también que vuelva la riqueza. El problema es que ese círculo vicioso se muere con la depresión del petróleo. En Cúcuta se espera el regreso de la gasolina a peso cuando se abra la frontera y así lo promete Venezuela, creyendo que eso es sostenible. Muchos pueden escoger, como los venezolanos, creer que eso es pasajero y esperar un nuevo milagro, que es más fácil que trabajar el desarrollo; el problema es que la pobreza puede ser muy larga y enquistarse tan duro en la sociedad como la adicción a los regalos del estado de mano de populistas. Piénsenlo cuando voten plebiscitos o elecciones.