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Unas lágrimas por Wilson
Faltaba el perro, héroe de la jornada.
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Martes, 13 de Junio de 2023

Fui de aquellos a quienes se les encharcaron los ojos el día que dieron la noticia verdadera de la aparición de los niños perdidos en la selva.  Verdadera, porque ya el presidente Petro nos había hecho brincar de alegría, hace algunas semanas, diciendo que los muchachitos habían aparecido. Mentiras. Al rato tuvo que recular. Como siempre.

Pero esta vez fue en serio. Lo dijeron los noticieros con fotos y todo. Sin embargo esta vez no celebramos con  cerveza el rescate de los niños. Esta vez no se aparecieron los vecinos para hacer la consabida vaca celebratoria. Tampoco mi mujer hizo las palomitas de maíz, que siempre aporta cuando nos reunimos en el sardinel de la casa a comentar las últimas noticias.

¡Milagro!, repetía incesantemente la presentadora de televisión. Me quité la gorra, miré al cielo y di gracias a Dios. Como yo soy un creyente a carta cabal, sé que los milagros existen, pero estas cosas me ablandan el corazón y me aflojan el lagrimeo.

Mi mamá decía que yo era berrietas porque nací en noviembre, mes de luto, de muertos y de lloros. Será por eso. Cuando el hombre llegó a la luna, lloré de la emoción. Ese día también nació un primo y su papá, mi tío, se despachó en aguardiente. Al final resultamos abrazados mi tío y yo, cantando rancheras, no recuerdo muy bien si por el avance de la ciencia espacial, o por el nuevo miembro de la familia, que alargaría la estirpe de los Ardilas. 

Cuando se tomaron el palacio de Justicia en Bogotá, lloré yo solo, al saber que allí habían caído algunos de mis profesores en la facultad de Derecho. Cuando en Armero no fue posible rescatar a Omaira, la niña que murió esperando que la sacaran del agua, frente al televisor me pegué mi buena berreada. Y otras cuantas. Algunas veces porque sí, y otras porque no.

Pero ustedes me hacen desviar. Decía que ahora  la noticia sí fue cierta. Sn embargo, con los ojos todavía húmedos, noté que algo faltaba en las fotografías que mostraba el noticiero. No sabía qué era, pero algo no andaba bien. Tengo ese don que Dios me dio para captar de inmediato cuando algo no está bien. Sé, por ejemplo, cuándo las nalgas son postizas en esas despampanantes muchachas que van al parque Santander a tomarse fotos con las palomas.  O cuando veo a ciertos hombres caminando muy fino, sé que algo no está bien. O cuando me dicen mentiras. O cuando me pasan de coba.

Miraba y miraba las imágenes que mostraban la inhóspita selva, los niños famélicos, los militares cansados pero triunfadores y los indígenas impávidos con sus bastones de mando. Todo muy bien, pero algo fallaba.  

Ante mi incapacidad para encontrar lo que faltaba, no tuve más remedio que llamar a mi mujer.

-Aquí falta algo-le dije, señalándole el televisor- y no sé qué es.

-Wilson -me dijo de una.

Claro. Faltaba el perro, héroe de la jornada. Porque fue Wilson el que encontró huellas de los niños en la manigua. Fue Wilson el que encontró el biberón del bebé, entre lianas y bejucos. Fue Wilson el que mantuvo en alto la moral de la tropa, porque regresaba al grupo batiendo la cola y señalando con la nariz olfateadora la dirección que debían tomar. Y ahora, a la hora de los reconocimientos, a la hora de los abrazos, a la hora de las medallas y ascensos, Wilson no estaba. Se lo tragó el monte. Entonces arranqué a llorar, a moco tendido.

-Tan pendejo -me dijo mi mujer.

gusgomar@hotmail.com

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