Afirma el columnista Miguel Gómez Martinez: “Hacia el futuro existe un gran vacío de liderazgos nuevos y de unas voces que muestren una opción viable, responsable y que se manifiesten como candidatos en el debate político”. Existe un populismo que dicta cátedra sobre las maravillas de las políticas asistencialistas de subsidios. Si esto fuera cierto, Argentina y Venezuela deberían ser los países más ricos del mundo porque según los populistas los subsidios y programas sociales resuelven y acaban con la pobreza. En los países abiertos donde se respeta el Estado de Derecho y la propiedad privada, los sectores más pobres de la población ganan 11 veces más que los mismos sectores en países socialistas y cerrados. Se ha querido imponer una justicia social injusta, según el escritor Luis Pasos, porque yo no tengo derecho de merecer parte de lo que usted ha creado trabajando como pretenden los populistas. Si existen paraísos fiscales es porque hay infiernos fiscales. Ojo con el impuesto a la riqueza que desestimula la formación de nuevas empresas y, por tanto, de nuevos empleos.
La política es el arte de planear una idea y luego buscar el camino para hacerla realidad. La política debe conciliar lo ideal con lo posible. Los mejores políticos son aquellos, dice Gómez Martinez, “que pueden inspirar un sueño colectivo y luego tienen la capacidad de implementarlo sin comprometer el futuro de esa sociedad”. El demagogo es el que promueve una idea sin importarle, que el mismo sabe, es imposible de implementar en la práctica. El populista es aquel que sabiendo que la idea es irreal, destruye las instituciones y lleva a la crisis a un país con la obsesión de imponer lo que sabe que no es posible. La inversión, punto central de desarrollo, es severamente golpeada en aquellos países donde manda el populismo. Es imposible proyectarla porque el empresario debe estar pendiente todas las mañanas de las noticias de radio y televisión, para saber con que idea y genio amaneció el populista que gobierna y que irá a proponer para cambiar la vida de todo un pueblo. No sigamos castigando al empresario que hace bien al producir riqueza y empleo.
Colombia está en un momento definitivo de su historia. Se reunen en la actualidad todas las señales que pueden darle un gran impulso a nuestra democracia o la pueden llevar al abismo. La coyuntura actual está alimentada por una gran polarización política que hace inmensamente dificil hacer frente al reto económico y crisis social, que la pandemia ha exacervado. Dentro de esta polarización están los populistas que plantean soluciones simplistas y elementales a problemas complejos. Hay otros individuos en todos los partidos, obsesionados por conservar el poder y que en pro de ese objetivo adoptan cualquier posición que resulte atractiva para captar votos. Son unos completos irresponsables pues para ellos, el fin justifica los medios, no importa lo deshonestos que estos sean. Piden subsidios pero rechazan con vehemencia el aumento de impuestos. Quieren una actividad económica abierta, pero sin aumentar los contagios. Son críticos de las políticas sanitarias del Estado, pero autorizan y financian marchas populares siempre y cuando sean contra el gobierno. Piden más seguridad, pero odian a la Policía. Exigen justicia, pero protegen a los criminales que realizan asonadas a la fuerza pública. Lo quieren todo gratis, pero hipócritamente proclaman la meritocracia. Hablan permanentemente de derechos humanos y de víctimas, pero descaradamente admiran a las Farc. La máxima del demagogo es: seamos razonables y por eso pidamos lo imposible.