Venezuela es un caso que demuestra cómo los mecanismos democráticos, cuando se limitan simplemente a lograr mayorías numéricas, en un escenario hiperpolarizado, son procedimientos que no funcionan y están vacíos de sentido democrático y de legitimidad. Como resultado, en vez de permitir alcanzar un acuerdo democrático, consolidan el espíritu del totalitarismo, para imponerle a una parte de la sociedad la voluntad de la otra.
Sus reciente decisiones electorales son tan mentirosas y amañadas por un poder absoluto que descansa en los fusiles de las fuerzas armadas, en la disciplina para perros impuesta por un partido único, y en un gobierno como el de Maduro que explota políticamente las necesidades del “bravo pueblo”. Unos resultados electorales tan artificiales, tan impuestos desde arriba, como eran los de las votaciones en el período soviético, cuando los planteamientos oficiales lograban respaldos en las urnas que no bajaban del 95% de unos votos inanes, depositados de manera rutinaria y disciplinada.
En estos días se ha escuchado un argumento para validar la elección de la Asamblea Constituyente venezolana que, según las cifras oficiales, fue votada por el cuarenta y pico por ciento de los ciudadanos, mientras que la Colombiana en el 91, no alcanzó la tercera parte de quienes podían votar. Sin detenerse en la cifra del domingo pasado, lo que si marca una diferencia respecto a la legitimidad de ambos resultados, es que en Colombia esa votación se hizo en un contexto político y de opinión con una abrumadora mayoría a favor de un cambio constitucional que le abriera espacios a la paz que avanzaba con las negociaciones exitosas con el M 19 y sectores tanto del Epl como del Eln; y ello a pesar de las difíciles circunstancias que se vivían.
Todavía no se había extendido en el país el virus de la intransigencia, la polarización y la satanización del otro, visto no como contradictor sino como enemigo, que sucedería a partir del fracaso de las negociaciones del Caguan y la aparición en escena de un Álvaro Uribe en traje de gladiador para derrotar al mal, encarnado en las Farc. El punto que acá resalto es que el resultado numérico tiene que expresar la realidad en su contexto. Lo que sucedió en Colombia en 1991 nada tiene que ver con la circunstancia venezolana.
Conforme muchos habían previsto, la Constituyente venezolana radicalizará mucho más la situación y en vez de abrir salidas a una situación insostenible, las cierra a la par que desnuda absolutamente la realidad de un poder apuntalado finalmente por los fusiles, un triste y dramático final para el sueño chavista. ¿Hasta dónde las fuerzas militares, las grandes beneficiarias de las dos décadas de chavismo, acompañaran al errático Maduro? ¿Se enterrarán con él? ¿Dirigirán sus fusiles hacia sus conciudadanos? E igualmente hay que preguntarles a los sectores más reflexivos del viejo chavismo, si van a permanecer silenciosos mientras que se derrumba la obra de su líder y héroe, Constitución incluida. Los venezolanos necesitan y merecen el apoyo y el aliento internacional que mande un mensaje claro de que la situación interna es insostenible, y de confianza para que se mantenga la indispensable e insustituible protesta ciudadana, y de aliento para que los factores del poder comprendan que para ellos también llegó el momento de la decisión y el compromiso. La Fiscal mostró el camino; el régimen se desmorona desde adentro, son ellos los que tienen la clave de la solución.