Con la decisión de esta semana de reestructurar la deuda que hizo el gobierno de Maduro, ante todo pone en evidencia la magnitud del desastre económico del vecino país que lo acerca a la cesación de pagos definitiva, al descredito internacional, a la bancarrota, a más hambre que deberá soportar su población y como tal, a que el éxodo de venezolanos que hasta ahora hemos visto en este año que ya termina, resultará mucho más dramático e incontrolable.
Y pensar que Cúcuta, el Norte de Santander y ya varias regiones del país deberán prepararse para la debacle de Venezuela.
Por solo mencionar una cifra que por estos días me indicaban en Barranquilla, allá, en la Puerta de Oro de Colombia ya pueden haber llegado cerca de 30 mil vecinos venezolanos. Aquí en Cúcuta puede haber cerca de 70.000.
En los próximos meses Venezuela deberá pagar cerca de 8.000 millones de dólares en créditos internacionales, deuda que hasta el momento ha pagado, pero su drama es que sus reservas internacionales se aproximan a 9.000 millones, luego resulta inevitable que lo peor está por venir.
Aún más, todo indica que los países que lo apoyaban ya llegaron al límite, y como tal China y Rusia posiblemente en los próximos meses no le darán más recursos. Tengo algunas imágenes de esos grandes procesos de hiperinflación que han vivido países latinoamericanos: en alguna ocasión en Buenos Aires, en los años 90 entré a un restaurante, pedí el almuerzo y en el momento en que me sirvieron, el mesero me expresaba la necesidad de pagar la cuenta de inmediato, lo cual me sorprendió.
El mesero me explicaba: probablemente al momento de terminar de almorzar, debido a la hiperinflación, el precio podría variar de un momento a otro.
Por esos mismos años en Lima cambié unos dólares, y fue tanto el dinero físico que me dieron, que a los pocos minutos intenté pagar una carrera de taxi sin éxito.
A los pocos minutos me di cuenta que no me alcanzaba uno de los fajos de billetes que tenía ni para subir a un bus. Literalmente boté un fajo de dinero a la basura.
La única moneda era el dólar, que creo que es lo que pasa en Venezuela, pero lo cierto es que en esas crisis de esos años en Perú y Argentina la gente podía comer, y esa ya era otra historia.
En alguna ocasión tuve oportunidad de apreciar la crisis de Cuba. Allá en su momento había una doble moral porque había comida, en restaurantes muy elegantes, pero solo para extranjeros.
Los cubanos aguantaban hambre aunque por circunstancias políticas muy diferentes. El embargo económico impuesto por los Estados Unidos era muy fuerte. La crisis humanitaria era tan grande que por esos años sobrevino una enfermedad: la ceguera de gente joven, frente a la cual se aseguraba que los jóvenes tenían que hacer grandes esfuerzos de desplazamiento en bicicleta, frente a una mala alimentación, que además por una extraña bacteria ocasionaba la enfermedad.
Por supuesto que eran épocas en las que las jóvenes se prostituían para tener la oportunidad de ir a un buen restaurante, o poder llevar algo de comida a sus hogares. Recuerdo haber entrado a una librería a comprar libros, y la muchacha que atendía le decía a mi compañera, que nos cambiaba libros por jabones.
Aquí tenemos crisis todos los días en algunos lugares de Colombia. No olvido la única vez que he ido a Quibdó: lo más parecido a algunas zonas de África, pero aun así, unas son las crisis cuando en un país .hay comida, y otra cuando la gente ya no puede alimentarse. Lo peor de Venezuela aún está por venir, es una tragedia humanitaria que excepto Haití, quizás nunca había vivido un país latinoamericano en toda su historia. Y peor aún, y pensar que en esta realidad lo único que le interesa a Maduro es seguir en el poder el próximo año.