El doctor Luis Carlos Villegas es un hombre intachable, inteligente, trabajador y bien intencionado. Preciosas condiciones que no bastan para calificar bien su nombramiento como Ministro de Defensa.
El Ministro anduvo por Cuba hablando con los bandidos de las Farc, o tal vez mejor, oyendo como hablaban con esos próceres De La Calle y Jaramillo.
Después se fue para los Estados Unidos, como Embajador, sin que salgamos a deberle por su tarea. Y antes, por años de años, representó a los empresarios e industriales colombianos desde la ANDI.
Y allá demostró que no era lerdo en temas económicos, que era eficiente ordenador de intereses dispares y que tenía cierta habilidad para estar siempre de acuerdo con los dueños del poder.
¿Pero de milicia y policía? Nada de nada, como hemos podido comprobar a través de sus deplorables declaraciones iniciales.
Villegas empezó por hablar de lo que no sabe, lo que no parece muy inteligente, antes de enterarse de lo que pasa en ese extraño mundo de los cuarteles, los conductos regulares, la disciplina, la voluntad de lucha, de unos extraños seres que están dispuestos a dar la vida todos los días por aquello en lo que creen. ¡Tan distintos de los que el Ministro ha conocido toda la vida!
Villegas se inauguró diciendo que hará lo necesario para acabar la guerra. Mala traza nos dio con esa declaración, por la potísima razón de que aquí no hay guerra.
Esperamos que no llame como hecho de armas el atroz atentado de las Farc contra el país entero, cometido en Tumaco. Eso es terrorismo, del más criminal y estúpido.
No llamará batalla la incursión de bandidos armados sobre una casa campesina para robarse dos niñas y un muchachito de doce años, para “engrosar sus filas”.
¿Verdad que eso no es enfrentamiento de ejércitos, sin lo cual no hay guerra, doctor Villegas? ¿O le parece que sí?
No llamará guerra el doctor Villegas la siembra de miles de hectáreas de coca para fabricar cocaína, venderla a los carteles mexicanos y enriquecerse fabulosamente.
Ni el ataque desalmado, cobarde, miserable, contra un bus de pasajeros indefensos, para quemarles sus maleticas y prenderle fuego al vehículo que los lleva.
Ni la siembra de minas, cerca de las escuelas o los pueblos, para asesinar a los niños a los maestros o a los padres de los niños.
Ni la voladura de una torre de conducción eléctrica, ni la extorsión a un campesino sin armas, ni su secuestro, ni el asesinato a mansalva, ni la destrucción de un acueducto.
Si como esperamos le resta a las Farc esas acciones y otras parecidas, ¿qué le queda?, ¿doctor Villegas? Nada, por supuesto. Entonces, convenga en que usted no va a terminar ninguna guerra. Lo que no existe, tampoco se acaba.
Y no nos diga, por favor, que se propone obrar sin radicalismos en su cargo. Su oficio será el de ser radical, para que sus hombres lo sigan y nos devuelvan la seguridad que nos han quitado. Ni diga que su misión será la de garantizar la vida, la honra y los bienes de los terroristas que firmen la “paz”. Por favor, Ministro, piense en garantizarnos esos bienes a los cuarenta y siete millones de colombianos amenazados por sus futuros garantidos. Le aseguramos que es una buena idea. Y que cuando lo diga pensaremos que no fue tan grave el disparate de Juanpa nombrándolo, ni el suyo aceptando. Dios lo bendiga, doctor Villegas.