Esta semana tuvimos un interesante debate con dos expertos de Estados Unidos acerca de los resultados electorales en la potencia del norte y las implicaciones que el triunfo demócrata tendrá en las relaciones bilaterales Colombia-USA. Con Michael Shifter director del centro de pensamiento Diálogo Interamericano y María Victoria Murillo, Directora del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Columbia.
Las conclusiones son muy importantes, abren nuevos desafíos para la política exterior del país y plantean serios interrogantes hacia el futuro, si el gobierno no entiende los cambios que llegarán desde Washington. En primer lugar, es claro que deja heridas la torpe novatada del gobierno Duque y su partido de apoyar las aspiraciones reeleccionistas de Trump, participar en la campaña en su recta final y cohonestar las agresiones al nuevo presidente norteamericano, calificándolo de socialista y castrochavista. Sin embargo, el profesionalismo del Departamento de Estado estará por encima de esas controversias de campaña, que seguramente se podrán superar en el camino con el gobierno. Será diferente con los congresistas demócratas, muy ofendidos por la actitud del Centro Democrático y habrá distanciamientos y molestias. Solo la salida del embajador Pacho Santos podrá apaciguar un poco los ánimos del ala más progresista de los demócratas y de las organizaciones defensoras de derechos humanos que sin duda serán más e
scuchadas en esta nueva etapa.
De otra parte, los problemas que afronta en el terreno doméstico Estados Unidos, como consecuencia de la extrema polarización, la gravedad de la pandemia y la crisis económica y sanitaria, seguramente llevarán a que el nuevo gobierno concentre sus energías iniciales en resolver los problemas internos y la agenda internacional entonces no será prioridad inicialmente. Además, en el plano externo la prioridad serán el pulso con la China, el restablecimiento de la cooperación con la Unión Europea, Rusia y el Medio Oriente.
En Latinoamérica México sigue siendo la relación más importante y no se prevé una relación fácil con López Obrador, quien aún no reconoce la victoria de Biden. El presidente mexicano y Trump limitaron su agenda al tema de la migración y el famoso muro, relegando otros aspectos claves como corrupción, democracia, seguridad, derechos humanos y lucha contra los cárteles. En la medida en que el nuevo gobierno busque diversificar la agenda, como seguramente ocurrirá, surgirán tensiones entre ambas naciones.
Esa disminución en los temas de interés común también sucedió con Colombia. Volvimos a la narcotización de las relaciones y se perdió el diálogo político de alto nivel que se logró en los 8 años del presidente Santos. Ahora tendremos una agenda más diversa, que incluirá derechos humanos, implementación del acuerdo de paz, asesinatos de líderes sociales, sostenibilidad ambiental, comercio e inversión. Y estará también el infaltable tema de Venezuela, en el cual ambos gobiernos coincidirán en la necesidad y urgencia de la salida del dictador Maduro. Solo que en la solución hay diferencias. El nuevo gobierno de Estados Unidos buscará una pronta salida negociada y democrática, con elecciones libres, transparentes y verificables y con un trabajo conjunto con la Unión Europea. Desaparece la absurda amenaza de la intervención militar que promovían algunos; el grupo de Lima se diluye y las posibilidades de diálogo se abren. Duque tendrá que cambiar su fracasado libreto o se quedará aún más solo en su cruzada ideológi
ca contra el régimen venezolano que no ha servido para nada a Colombia, solo para enardecer a sus bases radicales.
En fin, grandes retos esperan a la política exterior colombiana en esta nueva era. O el gobierno se desideologiza y comienza a actuar con pragmatismo, o continuará su senda de fracaso como hasta ahora. Tiene una última oportunidad.